jueves, 8 de octubre de 2009

Huellas de sombras en espacios de luz.


Huellas de sombras en espacios de luz.

Las que yo marque sobre la superficie de tú destino, recorriendo rincones en los extremos de aquellos confines desconocidos aún para ti.
Avance hacia los viejos clamores, con renovado espíritu.
De aquel avanzar que estremece aún el olvido, son simple miradas como destellos del avenir en que me renuevo con verte, al pasar.
Los pasos que te negué, las palabras que no llegue a pronunciar, los arrullos que no llegaron a tú vida.
Todo lo que no supe dar porque era ausente en mí.
Son las que hoy forman las cicatrices que emergen desde mi alma.


Mientras baja hacia la avenida, por la asimétrica escalinata volteo varias veces, dentro de si lo hizo aún más, y más.
De la mano llevaba una bolsa grande dentro algunos prendas de vestir, varias veces estuvo a punto de arrojarla, por que esta le asemejaba a su memoria, se aleja mientras se hunde en el fondo de si.

En la superficie solo deja la esencia de su piel.
En la superficie solo se ve la visión no configurada del verbo ser.
En la superficie solo emergen los gritos de angustia ante lo inevitable.


Búsquese a sí mismo.

Hombre síntesis, que lleva en si los inconvenientes de andar por la existencia sin preámbulo.
Un hombre que va a merced de los tropiezos de los embates y eventos sin la posibilidad de ser.
Un hombre del común, se desplaza hacia su destino, sin un haber, todo lo que posee cabe en su bolsillo.
Hombre sin visión futurista, se adapta a las corrientes que encuentra y que lo arrollan en su diario común vivir.
Hombre flaco, de color indefinido dentro la policromía nacional, todero de profesión, albañil o cualquier oficio.
Hombre sin identificación social que las circunstancias y el avatar de la vida lo etiquetan como marginal crónico.
Un hombre que transita por la urbe, con la bolsa agarrada fuertemente, la camisa remangada hasta los codos.

Decididamente encerrado en su individualismo.

Cuando llega al centro, donde lo expulsa el medio de trasporte urbano, sube varias cuadras, a esa hora no esta al tope la avenida, aún la ciudad esta en penumbra, aunque los primeros destellos del nuevo día, ya se ven en la lejanía.

Se detiene frente al edificio en construcción, sintió un poco de frío, mientras espera que el vigilante perezosamente, le abra la puerta hecha con laminas de zinc, que se arrastra y exhala un chillido agudo en las coyunturas.
Mientras saluda a sus iguales, que llegan aisladamente a formar esa realidad, gente que es habituada al trabajo de albañilería, a la faena dura, que huelen a arena y cemento.
Hombres de diversas procedencias, ajenos en identidad, se les reconoce por que la piel es dura, como cuero.

Esta vez en la bolsa de plástico blanca, no lleva las arepas, hay solo unos pantalones y unas camisas, y la decisión:
Al rancho (Barraca) no vuelvo más.

Tiró el abandono.

Hombre que agotó sus propias fuerzas.
Hombre de físico fuerte que sobrelleva carga ulterior a su pasado.
Hombre fuerte sin miedos ve como lo intangible lo expropia su hombría.
Entra en un ángulo de la construcción para cambiarse, la ropa de trabajo que al contacto con su cuero, la siente como una lija, el cemento endurecido, se asemeja a sus sentimientos.

-¡Compae,’ tome, dese un guamazo de caña!

El hombre se queda fijo, mirando como la botella se acerca, llena del liquido transparente, la sujeta, quita la tapa y se la empina, el aguardiente baja velozmente dentro de él, siente el ardor que se le deposita en el estomago, toma otro, con la certeza que lo necesita.
Reflexiona; que DIOS sabe lo que hace, menos mal que están el mejor amigo del pueblo; ron, aguardiente y cerveza, para acompañarlo en esta vida.
-Hoy me rasco, nos vamos al botiquín Claro de Luna.
-Sí, no faltaba mas compae’, tengo unas ganas de tirarme una pea, que no aguanto el deseo.
-¿Jacinto, tú aún vives en la pensión de la plaza Concordia?
-¡Sí! ¿Porque, te votó la cuaima?
-¡Que va! Le tire el abandono, mi amistad.
-¿Eso esta mal, y tus muchachos?
-Que se críen solos, también yo me crié sin papá, y aquí estoy.
-Tome compae’ dese otro guamazo, lo entiendo y comparto su situación, por que yo también pasé por allí y es duro tirar el abandono a los propios.
-Sí. Uno simple obrero, ¿Que puede hacer en esta vida?
Un trago, para escribir páginas de olvido, letras sordas de diseño impreciso.

Luego se quedo fijo mirando a un lugar impreciso y se dijo;

“Los obreros no deberíamos tener problema existenciales, eso es para ricos, nosotros el común pueblo que nos hacemos de esas problemática, es injusto”
¿Si no tenemos tiempo ni para vivir lo cotidiano?

Bajan y cargan los sacos de cemento, no hay electricidad, por lo tanto les toca subirlos por las escaleras, dos a la vez, los sacos cruzados sobre los hombros, trasportado al lomo, ponen a dura prueba la resistencia del obrero, luego la arena, se acomoda el bulto varias veces encima de los hombros, los dolores de la espalda inician a molestar.

Entonces en el descanso de la escalera de nuevo toma otro trago, acciones circunstanciales en el recodo de la existencia, de esa manera el dolor baja de intensidad mediante el aturdimiento de los sentidos.

Es media mañana, hay bloques, cemento, arena y agua; ahora la fatiga será más simple, se dice.
Del puesto de las fritangas trae Jacinto unas empanadas y café.

Se sientan sobre asientos improvisados.
Viven sobre circunstancias improvisadas.
En casas de elementos improvisados.
Con familias de facto en hechos improvisados.

-Compae’ esa situación familiar suya, ¿No tiene un arreglo?
-No que va, en estas circunstancias, la cuaima lo que hace es amargarte todo el tiempo.
-¿Pero por los muchachos?
-Mire Jacinto, cuando el hombre no esta seguro que son suyos, ve difícil el convive con la cuaima. ¿No hay firmeza me entiendes?
-Mire amistad, yo también hice lo mismo, les tire el abandono, pero aún me da dolor cuando me da el recuerdo y cuando lo mismo le sucede a un conocido.
-Da dolor, pero es una decisión, además me canse de darle carajazos a la Elisa, mujer pa` bruta.

El Jacinto, abre la botella como un ritual sacro, sin estar en el templo, sin oraciones especiales, toma y en el mismo acto se recuerda de sus hijos.
De su niña; porque cada padre, tiene un hijo especial, una adoración predilecta, un cariño que no se olvida, un hijo que su venida lo lleno de felicidad.
El trago brusco, tosco le derrama el vital liquido, a veces se le han aguado los ojos, pero son cosas que sus circunstancias no las admite, simplemente no hay lugar para ellas, cuando en si no hay lugar para ciertas acciones de intenso sentimiento.
Los hombres se levantan, toman la pala para preparar la arena, en el mismo momento que llega el contratista.

-¡Están de holgazán! ya es media mañana, y no han pegado un bloque, carajo.
-¡Que el cemento, los bloques, la arena, el agua las trajo usted no jose!
-Mire usted a mi no me conteste, porque lo despido.
Tragó en seco, amargo y despacio, además del bajo sueldo, el arduo trabajo, sus problemáticas latentes, debe aguantar la descarga del contratista, el que menos hace y el que más dinero gana, solo porque tiene conocidos en los puestos de política.
-A trabajar, que allá afuera hay decenas de albañiles mejores que ustedes, que sí quieren trabajar.
Siguieron alargando la arena hasta formar un cono, luego la pala perfora el papel del saco y el fino polvo gris se precipita fuera. Agarra el saco y lo sacude esparciéndolo encima de la arena, el trabajo arduo y sostenido los hace sudar.
Mientras el agua inicia a mezclarse con la arena y el cemento.
Los dolores a la cintura otra vez, y la botella se acabó, pensó;

“Que es injusto que siendo obrero tuviera dolores, eso esta bien para los ricos, que ellos tienen tiempo para descansar, pero un obrero si no trabaja ese día no come.”

Se empina sobre si mismo y siente como la cintura se queja.

Luego se reparten la mezcla y empiezan a pegar bloque, tiende la liana de bloque a bloque, bloque de arcilla roja, y con movimientos bien prácticos le agrega cemento abajo, los coloca sobre el pavimento y los golpea con el manco de la cuchara.
Voltea la cuchara y toma el cemento que se desborda por los flancos, descarga el cemento en el balde y hecha un ojo a que quede bien alineado, en pocas horas levanta una pared, siente orgullo y a la vez malestar. Su trabajo queda, pero el salario es menos que una miseria.
Se acuerda del sindicalista, que le explicaba que su salario estaba debajo del límite de la esclavitud; que no era suficiente para mantenerse y menos mantener una familia dignamente.

¿Una familia? se detuvo a reflexionar; Para mantener una familia se necesita tener una hembra que sea firmeza y ¿Donde te la consigues una mujer que sea firmeza, que honre al hombre de trabajo?

Al mediodía, el sol esta envolviendo el lugar en sus calores, el cemento se calienta.

-¿Vas ordenar la comida José?
-¿Que tienen hoy?
-¡Pabellón criollo!
-Sí, tráeme uno, con dos cervezas.
-Aja, acuérdese que hoy es sábado, y como agarre la paga estaré allí para que me cancele.
-No se preocupe, hoy no tengo compromiso.
-Así dicen todos.

La mujer se aleja, huele a fritanga; aceite y kerosén.
Se extrae del balde la mezcla con la cuchara, se rasga hasta la ultima parte del cemento, ¡Tuf¡ y la pega del bloque rojo de arcilla.
Los demás bajan para comer juntos, se extienden los cartones para aprovechar y dormir la siesta.
Juntos comen, algunos de lo que han traídos en un esfuerzo de economía domestica, otros de lo que le cocina el kiosco. Se habla de todo, del partido de béisbol, de política o del chisme de ella, que llegan siempre a la misma conclusión;

“Esos políticos piensan solo en ellos en como llenarse, al pueblo no le dan nada.”

Algunos están ya extendidos sobre los cartones, las articulaciones se resienten con la tendida, se voltea y trata de conciliar el sueño. Inmerso dentro de la explotación del hombre por el hombre, emerge el sueño, dentro del sueño de la utopía de los pueblos.
El pito que anuncia el reinicio de la labor lo arroja de un profundo letargo.

Se reincorpora sintiendo toda la musculatura adolorida.
Se pasan la botella de aguardiente en solidaridad de clase explotada.
Se lleva las manos a la cabeza, se la pasa por la cara y luego se levanta como se levanta el día, como se levanta esta nación todos los días en la máxima explotación del hombre por el hombre.

De nuevo al cemento, la pared levantada hay que frisarla mientras le agrega el cemento, este salpica por dondequiera, se llena la cara, el periódico que se puso por sombrero, la camisa, el pantalón, los brazos, hora y horas de un trabajo duro, y forzado.
Cuando suena el pito que anuncia el fin del día laboral, lo primero que le viene a la mente es el botiquín. (Bar).

Los demás están de júbilo, sacan renovadas fuerzas.

Inician asearse, se hacen comentarios, se lavan las herramientas, la pala con el cemento duro, la cuchara con la mezclilla, el azadón, hay que dejarlo limpios para el mañana. Aun que sea ajeno a ellos.

Al bajar, para ser pagados delante la oficina la cola ya es larga.
Hombres en fila de diversos colores, con los brazos descubiertos, las manos abiertas, esas mismas manos que mueven una nación, para recibir un bajo salario que pronto lo despilfarran, buscando alguna gratificación.
Del sobre se descuentan los vales de anticipo, el fiado del Quiosco.
Aún queda algo, hoy no volverá al rancho de esta manera todo el dinero es para él.
Bajan hacia el centro, con el salario dentro del bolsillo, se sienten reyes por un día.
Se detiene en una tienda, que tiene el aparador lleno de maniquí con prendas de vestir que están sujetas a nailon y muy iluminado. Compra un pantalón y una camisa, de tela burda, que pronto se deshará en las primeras lavadas.

De allí toman hacia la avenida Baralt para ir al Night Club Claro de Luna. Siempre el mismo botiquín con olores de excesiva bebida, las ficheras con la libreta en mano, ropas recortadas de brillantes colores, con los rollitos de grasa saliéndole de entre la licra.
Toman asiento, el dueño los ve, sabe quienes son, la fichera también; son incautos para deshuesarlos.

-Vayan trayendo unas cervezas, y dejen las botellas sobre la mesa.

El dueño los trata con reverencia, las ficheras se vuelven melosas, con voz melodiosas.
Él, de obrero mira al dueño, como esta vestido y piensa; Que no hay una cosa mas ridícula que un botiquínero con corbata.
Ellos se alzan a los cielos, hacen chistes, le pasan la mano por el cuerpo a la fichera, carne de publico manoseo, ellas voltean diciendo que no, con picardía inclusa retorciéndose como una mapanare…

Escenas de común olvido con trazos de claroscuro, con luces intermitentes de variados matices, tilde grises de vivencia impropia con música efusiva intercalada con palabras soeces, invitando a beber a la fichera, mientras cerro arriba, en la humilde vivienda su prole ven la olla vacía, mañana comerán los hijos de la fichera.
A medida que se liba licor, ellos van sintiendo un alivio, deciden entonces cambiar a ron.

-No mi compae’ vamos a celebrar, ¡Mesonera traiga güisqui del importado!
-Muy bien mi patroncito, usted si sabe vivir.

Se aleja la fichera contorsionándose haciendo piruetas de hechicera, él se siente bien, porque es bien tratado, esta mujer le dice solo palabras dulce, esta si sabe tratar un hombre.
Beben a sorbos completos del licor importado.

-Esto si Jacinto, es calentarse las tripas.
-Ni lo diga compae’ con este licor me siento optimo.
-Ja, Ja.

El grupo se ríe a carcajada. Mientras el dueño del bar saca cuentas, y cuando estos deciden de irse, les manda una ronda gratis, de whisky mezclado con agua.
Otra vez inician las rondas, la fichera a esta altura se deja pasar la mano por la cintura, y él le dice palabras de deseos ocultos, ella se ruboriza, se hace la no entendida, él se lo cree, le cree ciegamente, ella lo ha practicado tanto, que todo lo que dice, todo lo que hace, le sale tan natural, que luce completamente espontáneo.
Cuando le pregunta ya con los sentidos bien alterados por el licor:

-¿Que hace una mujer tan especial como tú, en un lugar como este?
-¡Hay! He tenido una existencia cruel, fui abandonada por un sinvergüenza que me dejo a cargo 4 hijos, por ellos lo hago.
-Verdad que hay hombres sinvergüenza, en este mundo, yo con una mujer como tú, no la dejaría nunca.
-Lo sé, se te ve que eres un hombre cumplidor, vamos a bailar.

Lo invita a bailar, después que entendió las señas que le hace el dueño del bar.
Cuando ya calcula, el anfitrión que han dejado más de la mitad del salario, les pasa la cuenta con el pretexto que van a cerrar caja.

-Mira cariño esta es la cuenta, paga así estamos sin que nos molesten.

Le pasa la mano por el pecho, él entiende lo que ella da entender.
Luego de pagar con pretexto, y escaramuzas desaparece de la escena.
Cuando salen del bar, aún la noche esta fresca y siguen siendo reyes, con el fuerte poder de adquisición que tienen, en los instantes fugaces de una existencia expropiada al sentido común.
Caminando de un bar al otro, llegan a la pensión, se les cobra por adelantados la semana.

Se hecha en la cama y se siente estupefaciente, contento, lleno, satisfecho.
Dos veces se reincorporo, para ir al baño sin conciencia de si, hizo como mejor pudo, donde pudo.

Al día siguiente se levanta a tarda hora de la tarde, sale de la pensión en busca de un lugar donde comer, pero encuentra todo cerrado, la ciudad esta desierta y hay aire de lluvia.

El viento pasa levantando, ese fino polvo negro que parece hollín, papeles que vuelan por los aires, luego caen las primeras gotas decide regresar a la pensión, siente un escalofrió y trata de buscar abrigo.

Entonces aparece el lunes, sin percatarse, hay que ir a trabajar todo su cuerpo le dice que no, pero entre el Jacinto y Pedro se hacen fuerzas, y se encaminan al trabajo.
El martes, debe pedir vales, esta sin un centavo, el contratista le da el anticipo, pero les dice:

-Esta es la historia de todas las semanas, irresponsables y borrachos.

Un día va hacer una diligencia laboral al centro.
Unos niños se acercan a pedirles dinero, pero reconocen que es su papá.
-¡Papá! ¡Papá!

Lo exclaman como quien encuentra a un ser querido, él duda, se siente contrariado, un improviso.
Sus hijos le cuentan que su mamá los hecho de casa, que otro hombre esta en el rancho.

-¿Los votó? Que desalmada.
-Sí papá, y ahora vivimos en la calle pidiendo.
Los miro a uno a uno, sucios cubiertos de harapos, andrajosos y mugrientos.
-Escuchen hijos, en este momento tengo que ir al trabajo, quédense por aquí que vuelvo a buscarlos.
-Llévanos contigo, ¡ahora!
-No ahora no, luego más ratico.
-¿Nos vas abandonar otra vez?
-No, vuelvo luego, a la tarde.

Se paro y se fue.
-Sintió que la hija inicio a llorar, pero no voltio, siguió su camino, ensordeciéndose aún más.
Mas arriba compro una carterita de aguardiente.

Beber para seguir ausente
Beber para vivir inconsciente.
Beber para borrar la existencia.
Beber para continuar olvidándose.

Camino varias cuadras y de pronto se sintió desorientado, y se detuvo a preguntar donde estaba el edificio en construcción, en el cuál trabajaba.
Siguieron días, de profunda conmoción, cuando caminaba por las calles y veía niños pidiendo, se atemorizaba, más adelante sentía voces que lo llamaban.
En las noches las mismas voces y risas insistentes lo despertaban en medios de sofocantes calores.
Tomaba la botella y bebía, no podía darse el tiempo de interrogar a su conciencia. Que su razón le repropusiera la propia conducta.

Sin detenerse; Hay que seguir, sin poderse detenerse, hay hombres que juegan a desaparecer, que no soportan el dolor psíquico.

En las noches entraba en las taguaras que pueblan la avenida Baralt, donde se liba licor constantemente, se baja a sótanos por escaleras empinadas, como descendiendo a los antros, hay poca luz, pero allí él ve mejor, olores fuertes a licor y cerveza, en los ángulos esperando clientes, están sentadas las ficheras. Mujeres adulteradas en imagen, reducida al público uso.

Él habla, ella escucha, otras cosas.
Ella habla él escucha, cosas que no son.
Ellos están y en la ausencia de ellos, es que no son.
Luego la pregunta de obligación reemerge.
-¿Como una mujer bonita y tan joven, trabaja en un antro como este?

La misma respuesta espero oír y a cierto punto creyó escuchar, que lo hacia por los hijos, mientras agachaba la cabeza y luego ingería su trago de ron que a ese punto era esencia de vida.


-Ella desde su mirada lanzó un destello, luego se puso mano bajo la barbilla, y le dijo:
-Era muy pequeña, cuando mi padre nos abandono, mi madre consiguió otro marido, este pero la condiciono a que nos dejara, que nos abandonara, por que la quería sola a ella. (Luego suspiro para sacarse el dolor que la acompañaba). De esa manera nos dejo en la avenida a mí y a dos hermanitos, que vagamos entre las más tristes penurias que se puede arrastrar en esta existencia.

Ese día no oyó más, se formo en conciencia autista, le era imposible, cuando salió del antro bar, camino, deambulo hasta la plaza Miranda, pernocto en un banco esa noche, la siguiente noche también, y los días sucesivos, en que sus ropas se volvieron harapos, amasados con el hollín que los carros le depositaban encima.

Veía la avenida que se llenaba de carros y que dejaban ese fino hollín que se le depositaba en la piel, se orinaba encima, defecaba en algún rincón, apestaba a alcohol, a vomito, a excremento social.

La gente atestaba aceras y la plaza, eran transeúntes que luego se disolvían en la nada.

La estatua del precursor de la independencia americana, era su único interlocutor desde un traspasado remoto.

Miraba y no veía, hablaba y no era escuchado, oía sí, voces que lo atormentaban, sin poder dilucidar la trama que él había tejido.

De una trama existencial que lo aferraba desde el inicio, que hizo de él un asocial de conciencia autista.

Días que deseo, el sentir diáfano de una existencia terrena dentro la cuál se disolvió en formas ausentes, en hombre olvido, hombre sin destino, hombre tiniebla, hombre tormento en que vivió ajeno a su propia vida.

Sustraído del diario del Albañil Antonio, que el día a día le trajo la traición a sí mismo.

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