jueves, 8 de octubre de 2009

NILEVE

NILEVE


El tiempo hoy es húmedo, la niebla vaga en el aire, desde la ventana se ven los techos de piedra bañados, las chimeneas están humeando, detrás el lago parece un inmenso espejo, refleja las montañas, altas con sus cimas perennemente nevadas, todas las casas son hechas de gruesos muros de piedras, como sus calles.

Por esa condición mi vida se refleja en ellas, cuando bajo hacia la aldea, se puede ver la enorme cicatriz que tiene la montaña, de donde se extrae la piedra; los arcos que adornan los corredores, la estatuas talladas por manos experta en años de trabajo continuo; la piedra es como conciencia de mi razón de ser; dureza, trabajo duro, manos fuertes que aferran el cincel, una forma de vivir que por siglos han templado a los míos.

Cuando llego delante la casa de Nileve, lanzo una piedrecilla contra el cristal de su ventana, ella se asoma entre las flores de intenso rojo que cultiva en los porrones apoyados a su ventana.

Son los tiempos en que corremos hacia el lago.
Son los tiempos del amor correspondido a cercanía ilimitada.
Son los tiempos y delante a su inmensidad, construimos castillos de fantasía que se espejan en el lago de nuestras prematuras vidas.
Son sus manos entrelazadas a la mía, que produce el sentir profundo, donde se reflejan todas mis generaciones.

Sus ojos brillantes, dentro aquel intenso frió que hela nuestro respiro. La nieve que de continuo caía, posaba sus copos blancos y finos, suavemente dondequiera.

Verbania en esa época abría al paisaje encantado, al sentir radiante que su corazón y el mío envolvía en prosa de tierna poesía.

Escapamos de la intemperie, buscando refugio debajo de los enormes portales y arcos esculpidos en mármol rosa; de ángeles que disparaban sus dardos de amor, escudos de armas, emblemas que eran el marco del justo idilio en que dos seres entran a concebir lo sublime del amor en tiempo de extrema inocencia.

Subíamos por las calles cubiertas de nieve; apoyándonos, resbalándonos, arrojándonos proyectiles de este sugestivo elemento, las pisadas quedaban como memorias marcadas detrás de nuestro andar, como reminiscencia visual de lo andado para no perder los propios pasos, entre tus manos y las mías nace un calor que nos da nuevos bríos, sentires cercanos de tiempos distantes, entre tú aliento y el mío expreso sentimientos que envuelven la creación, entre tú mirada y la mía se refleja el azul celeste, entre tú cuerpo y el mío nace un lenguaje axioma de tú querer y el mío, todo circunscrito sin necesidad de la prueba.

Después la dejaba en el portal de su casa, con una promesa de amor que cada día se reconfirmaba como una adoración a su ser, cuan difícil era separar lo mío de lo tuyo.

Caminaba en medio de la calle y volteaba a ver su saludo desde la ventana, son amores que perduran en el éter, son sentires que no necesitan la presencia, son palabras que se forman en ángulos análogos, son vivencias que forman galaxias.

Luego me retiraba por la calle hacia Oltrefiume; al voltear de la esquina había una capilla de una Virgen antiquísima; allí le pedía cosas que eran de rutina, ella me miraba con ternura, encendía una vela que su luz resplandecía en el ambiente helado, entre aquella vastedad cubierta de nieve.

Luego me alejaba y caminaba con el cuerpo humedecido, observando las inmensas montañas que se reflejan en el lago.

Entraba en la taberna donde se reunían los antiguos, hombres maduros que fumaban tabaco en pipas y jugaban barajas al mismo tiempo que presagiaban el futuro, hablaban de tierras exóticas en la que habían emigrados, donde siempre es verde, hablaban de frutos dulce como el almíbar, de lugares donde existen mujeres exuberantes que extravían a los hombres, y todos sus sentidos, de territorios ricos en cada recursos natural que hay en el universo.

La baraja era arrojada encima la mesa, rey de espada contra as de basto, 7 de oro contra 4 de copa; las manos ágilmente las recogía, entre narraciones de esos lugares que por decenios la gente buscaba como su nuevo destino. La taberna era un lugar extraño un lugar donde permanecía ausente, apoyado a la pared detrás de un antiguo, que sentado a una mesa de madera jugaba sus barajas, fumando en pipa tabaco aromático, arrojando humo y su aroma al ambiente, la jara llena de vino, los hombres que hacen brindis a los motivos mas variados; al rey, a la patria, a la fortuna, siempre por cosas de carácter elevado.

Cuando decidía regresar a casa recibía el impacto con el ambiente húmedo, la neblina espesa que encerraba la vista a una visión parcial, limitada, circunscripta, que me abría paso en aquel frió que penetraba y hacia templar mi cuerpo, la luz del farol brillando en el muro de la esquina, la imagen de Nileve que llegaba albergar dentro de mi en lo inmedible, en lo ilimitado.

Subía por sendero de bosque a hacia la casa materna, la tierra era resbalosa, las castañas salían de sus erizos, los hongos brotaban debajo del manto de hojas secas húmeda, al primer rayo de sol, las avellanas en las bocas de las ardillas que suben en pequeños brincos por el tronco del árbol.

En casa mi madre cocinaba, la olla estaba sobre el fuego dentro la chimenea, la olla ennegrecida con el uso, el fuego intenso, esos tizones ardientes que evocaban a escenas de lugares infernales, de tormento, y de castigo.

Me sentaba en el ángulo, sobre una vieja silla hecha de fibra, la ventana parcialmente cubierta de nieve, que el viento del norte arrojaba contra del vidrio, dejaban ver muy poco de las montañas, la vieja mesa de madera con sus patas entallada formando nudos, mi madre era al ángulo opuesto de la habitación elaborando embutidos para preservar el alimento y hacer frente al duro invierno, se trabaja para subsistir, se vive para trabajar, en el campo se recogen sus frutos para conservarlos en épocas de no producción, es la naturaleza que impone el ciclo al hombre y el hombre vive de acuerdo a sus designios.

Época para cuidar lo cultivado, ver crecer, arrancar las yerbas malas.
Épocas de guardar las semillas para el futuro, para sembrar cosas buenas.
Época de la fiesta de los pueblos, para recoger lo sembrado, para enriquecer dispensas, almacenar para el mañana.

El mañana, los tiempos que vendrán, en que no hay nada, donde los bosques se desnudan de frutos, donde se padecen las hambrunas.

-Si la quieres debes trabajar. (Una voz que venia del profundo)
-¿Que dices, madre?
-Es inútil que estés cerca al fuego a imaginártela, si la deseas debes ganarte el sustento, hacerte una casa, para vivir con ella; emigra como han hecho tantos de nuestros paisanos, que han regresado con baúles llenos de oro.

No se sabe, justamente, en que momento un adolescente madura; pero aquellas palabras hechas en la casa materna, señalaron la dirección, el epilogo del estado idílico.

De esa manera, me vi a mi mismo en el andén de la estación ferroviaria; con la mirada en lágrimas de Nileve, de mis labios solo la esperanza que emiten los pueblos, en la que las clases emergentes desean un porvenir. En sus labios palabras de afectos, sentires distantes que son semejantes a cuando inicia el invierno, luego me vi a mi mismo dentro del vagón, asomado aquella ventana estrecha con el pito que sonaba ensordecedoramente, con las ruedas de acero que resbalaban sobre los rieles, aquellas manos blancas como la cerámica que me decían adiós, que me lanzaban besos expedidos al viento, el humo de la maquina que cerraba la visión, cegaba la mirada, envolvía mi ser catapultando en instantes de olvido.
Hoy me pregunto;
¿Porque la vida no se detuvo, allí, en ese instante de tiempo?


El tren entró en una galería en la cuál no vi más. Desde mi asiento en frente estaba una señora; La soledad, me gire al lado y percibí el destierro, por la ventanilla había solo oscuridad, al salir de la galería no volví a ver el lago, las inmensas montañas que por milenios se reflejan en el lago. Verbania se cerró al paisaje encantado, mi visión se volvió parcial, donde se hipoteco el sentimiento.

Por un tiempo el tren viajo hacia el sur, entró en la tarde en una llanura, que estaba toda cubierta de nieve, hasta el horizonte mas allá aún de lo que podía concebir a juicio de hombre, ¿Que sentido tiene una llanura? que todo es igual, que no hay alturas, ni cimas que conquistar, ni forma alguna de ver la extensión en su totalidad.

Cuando el tren llegó a la estación portuaria, un olor a pescado en descomposición me penetró en el olfato, algo así como agua estancada, hediondez que se mezclaba con extraños olores, avance por calles oscuras, donde la poca luz que salían de las ventanas, iluminaban siluetas deformes.

Veía a mujeres envilecidas de grotescos modales, que se ofrecían en alquiler, vestidas con adornos de decorar cortinas, olían a perfume de intensos olores que se asemejaban a trastornos psicóticos, al acercárseme eran maquilladas como cuadros envejecidos, sus palabras soeces y directas, eran acompañadas con emanaciones de alcohol mal digerido o que aun era en viaje.

Extraño este sitio, no parecía real lo presentía como un limbo, algo entre lo real de mi vida y lo objetivo de esta.

En el puerto, los buques allí anclados, parecían naves ausentes como en un traspasado remoto, los barcos a velas luchaban por zafarse de sus ligaduras y volver a ultramar, todo se asemejaba a una ausencia del ser.

Era un estado de perenne agitación, quien llegaba tenia muchas cosas que contar se le veía en sus equipajes, otros se escurrían con un saco a las espaldas caminaban sin ver, eran distantes de su presencia, como si solo quisieran internarse dentro de aquella otra realidad, abandonando lo existido, volviéndose amorfos sin imágenes, sin pasado, solo reminiscencias del olvido, exhalados en cada copa de cantina en todos los puertos en que amararon sus naves, como trasporte al exilio del propio ser.

¿Un puerto que se puede decir de un puerto?
¿Como lo puedes definir?
¿A que realidad pertenece?

Es indeterminado; transnacional, transpersonal, insustancial aquello que determinan internacional; un híbrido de situaciones y condiciones ajenas y propias, que no es de ningún lugar especifico, pero evoca un propio espacio inexistente, persona que han adquirido dos realidades a veces más de una y que no reconocen la propia, que se forma en transculturizado, cosmopolita, unipersonal que dentro del propio bagaje cultural, conservan las diferentes mascaras que representan en los escenarios de su propia existencia.

El barco al zarpar hace un ritual, para quien gobierna en la superficie de las aguas y en sus profundidades. Los marineros son gente curtidas de tantos soles, pisatarios de tierras inhóspitas, heridos en el choque de extravíos, han conocido los abismos, por esa razón callan delante el viajero, recuerdan solo andares de expropio, conservan dentro de ellos aquellos secretos que les ha costado hipotecar las propias almas, son de caras angostas, tienen miradas profundas que la desvían para no reflejar lo vivido y ser descubiertos en sus apremios.

Entre en un compartimiento, donde se jugaba a dados, uno me hizo una seña y aposté, presentí que aquel non luogo, lugar (ausencia de espacio/tiempo) era por coordenadas de mis designios el lugar en que me citaba el destino.

-Voy triplicando con el siete.
-¡Te la recibo y doblo lo apostado!

El dinero corría de mano en mano, perdí continuamente, entonces me jugué mi última condición, hipotecando el alma.

Al alzarme entregue el pergamino, al hombre viejo lleno de arrugas, de largos cabellos blancos, que tenia el pellejo lleno de cicatrices, sonrió y me costó mantenerme delante de él, sentí escalofríos, vértigo delante el abismo, ceguera delante las tinieblas, dejándome un amargo sabor en boca. Me dijo;

-Tienes un tiempo para rescatarla, consigue el camino como lo hice yo, de entre los senderos de desvió.

Al salir del compartimiento; Tenía borrado los caminos de regreso, el horizonte era nublado, aviste aquella tierra llena de sombras donde brillaba la luz del trópico, donde existen mares calientes; en las tierras de todos mis extravíos.

Cuando llegue, no supe más de mi; luche contra fieras y alimañas de todo tipo, habite en espacios de ángulos obtusos, líneas de oponentes, espacios adversos, donde el ver se niega a la mirada del si mismo; en el juego de dados, en las peleas de gallos, en el baile donde las pieles se funden, en los olores de pellejo ajeno que mi hamaca sudaba, por mujeres de pasajes, hembras de temerarias condiciones incrustaban dardos en su condición de seres expuestas al publico escarnios, mujeres de uso públicos, mujeres de alquiler que se humedecían en llanto, cuando el amor las alcanzaba en el primer rayo del alba, donde se alzaban corriendo buscando un espejo que pudiera reflejar su esencia de doncella que en la prisa de vivir les expropio de su existir.

Anduve en las llanuras, el llano plano e inmenso, por todo el cajón del Arauca, donde el ganado perseguido por el lazo era derivado, para después ser marcado con el hierro ardiente, hombre que marcan, hombres que se desafían, donde el machete deshace la piel, marcas por el desafió en la pelea de gallo, cicatrices en las apuestas de la baraja, el cuchillo que dibuja una línea de rojo sangre, el hombre que no se sacia en las heridas causadas, el aguardiente que impone temperancia, mal hablar, para el juego de dado;

-¡Voy con todo!
-¿Todo que?
-Real y esta mujer.


La miras y se suele decir; que si la pierdes ganas.

Todo se juega porque en las tierras llanas, en los mares del sur, el hombre no necesita guardar para vivir, cada día trae lo suyo y cada día se sacia el hombre, en el mismo día que se levanta combatiendo y ganando, en la noche pierde todo lo que tiene por pertenencias.

Años de sequías, donde el ganado tiene que ser llevado a las orillas del caudaloso Orinoco, donde su enormidad, sus indómitas aguas, te hace palidecer, y épocas de crecientes donde el hombre de faena a caballo con el agua a la cintura de un machetazo parte un caimán, donde es arrastrado al fondo de la ciénaga por la corpulenta anaconda; hombre si que se mide a diario con la naturaleza impetuosa, que lo provoca, que le impone duras condiciones de vida, la piel formada como pellejo extenuado de luchas, cubierto de cicatrices que hablan de enfrentamientos armados, de traiciones en lechos de extravíos, como lugares pantanosos de cárceles, de abandono, de soledad, de olor a ganado y ron, de tabaco seco y aguardiente, barajas y amores en condiciones adversas al propio sentir, así son los días en que los chacales te merodean y sabes ciertamente que es a ti, a quien quieren como carroña.

Las 4 estacas y su techo de palma, sirve solo de referencia en medio de aquella extensa sabana, no hay una colina, solo pequeños árboles, con flojera de crecer desde allí se parte a caballo para recoger el ganado, un hombre en silla es dueño de la tierra que pisotea los cascos de su caballo, cabalgando en una extensa llanura.

Donde el venado corre en libertad.
Donde el tigre asecha detrás de los matorrales.
Donde la bravura y la destreza es la única condición.

El hombre y el caballo son una sola cosa; el olor es igual se siente a millas, solo se ve él, en medio de miles de cabezas, al galope siguiendo un potrillo, alcanzando un toro, enlazando una bestia cimarrón.
Cimarrón como el mismo, indómito, sin dueño.

Cuando el sol deja de castigar con sus rayos la tierra de los llanos, la noche llega con extraños juegos de abalorios, miles de colores y tonos depositados en el horizonte, entonces se encienden las fogatas, la carne esta ensalzada en un palo asándose, las mujeres la bañan humedeciendo las ramas en sofritos.

Se prende el Joropo, las cuerdas entonan una música que sale de la tierra, esencia del ganado del alma del llanero, canta en el zaguán el coplero, se alista un pedazo de tierra para jugar a los dados; las mujeres van y vienen, no tienen dueño, no tienen marcas como el ganado, es hembra realenga, en el día son una cosa, en la noche sacan sus sortilegios para hechizar al macho cansado de la faena.

Entonces las oyes cerca del altar, con voces taciturnas como si no fueran de este mundo, con extrañas brujerías pactando con el príncipe de las tinieblas, para atrapar el corazón del indomable llanero.


Anima Bendita.

Hazme amar por el hombre alto, de profundas cicatrices.

Amánsamelo entre mis brazos, esclavízalo al ardiente deseo de mis carnes; subyúgalo a mis besos; que se rinda ante mi, desde el ocaso hasta el alba.

Animas Benditas del purgatorio te prometo que si lo haces mío, te seré siempre fiel; no faltara esencia, velas y ofrendas en este altar.

Bendice este brebaje que es hechizo de luna llena, no le devuelvas nunca jamás su razón, que desfallezca en mi lecho sin carácter, ni voluntad.

Amen.

El tabaco en la mano izquierda del hombre, el dado meneado en la derecha, se lo lleva a la boca y lo sopla tratando de torcer la suerte a su adversario, pico, me bajo caída y mesa limpia, ruedan los dados hechos con huesos de cadáver, dando su vaticinio; quien pierde, quien gana.

Mirando de reojo a la hamaca, en la que se mece la hechicera, cuya carne desea con avidez con creciente e irrefrenable impulso, mientras ella ríe desenfrenadamente en la seguridad de su hechizo.

Después, dentro de mi olvido, inicio a llover; el verano tenia meses pegado, el calor era de 4to infierno, el monte estaba seco y se desataban continuos incendios, el ganado estaba flaco, raquítico, y lleno de garrapata, el hombre lucia cansado cubierto de tierra, tenia un cansancio de días y días, vagando en aquellas llanuras para alcanzar un poco de agua.

Las primeras gotas fueron recibidas con júbilo.

La noche se lleno de relámpagos, en las enormes extensión de las sabanas, los rayos se ven como ramales de fuego que bajan del firmamento, el aguacero creció de intensidad, tanto que a la mañana siguiente, estábamos en medio de un rió y en plena crecida; tratamos de llevar el ganado a las tierras altas, pero fue inútil, a cierto punto todo inicio a navegar como en función autónoma; el ganado era arrastrado por la corriente, después el caballo y su jinete, a cierto punto la vi perdida, pero alcance un árbol y me encarame como pude; mi caballo noble animal de tantas faenas, lo vi como desaparecía entre las agua luchando para salirse de ella, junto a mi sombrero, el aguacero duraba desde hace algunos días, las gotas que caían insistentemente sobre mis cabellos, lavaban la tierra y esta era arrastrada, y mi piel es despojada de polvo, polvo de olvido.

Polvo de tantos senderos hostiles.
Polvo de llanura alzado por el ganado.
Polvo de vidas arrastradas a esta intersección.
Polvo de cruce de caminos de tantas encrucijadas.
Polvo de noches de extravíos en lechos de alquiler.
Polvo de veredas adversas borradas las huellas por la maleza.



Fue así que sentí frió, que nunca había sentido en esas tierras de los mares del sur.

Cuando el sol salió, el cuerpo lo calentó rápidamente, y de la tierra salían aquella humedad pasajera que las tierras calientes producen, sin voltear inicie a regresar, sin rumbo a una memoria que yacía en conciencia adversaria, eso si recuerdo el puerto que para mi ya no poseía secretos, pues leía en la mirada de aquellos que como yo, que regresaban de un futuro remoto por haber cruzado los tiempos, la nave que surcaba esos mares son tribuladas por desperdicios de marineros; de hombres abyectos a existencias ajenas.
En la proa iniciaron a jugar dados; mire a esos chiquillos.

En el juego nunca se gana, excepto la emoción, si pierdes hoy, ganas un mañana de porvenir.

El puerto de llegada que fue mi partir, no trajo a mi esos recuerdos; aquellas memorias que ahora sentía como ajenas.

El tren no me regreso la visión perdida; aunque, sí, las enormes montañas eran reflejadas en el limpio espejo del lago, en el andén de la estación había desolación.
Sí, te lo juro después que reconocí las calles de piedras, las casas de muros y techos hechos de piedras, sus portales con adornos y estatuas talladas en piedras.

Te lo confirmo, no tuve el valor de tocar a tú puerta, porque presentí que tú vida era ajena a la mía, no quería que escapará la ultima quimera de aquel sentir, regrese sin bienes de fortuna, regreso un hombre abatido, con su cuerpo lleno de cicatrices, en compañía de su soledad.

La casa materna era en estado de abandono, la abrí como se entra a un templo en busca de un YO que olvide en un lugar apartado, la olla guindaba aún en la chimenea; el vidrio de la ventana estaba roto, el viento del norte movía la cortina hacia dentro, abandono y soledad me las imagine de compañía, el fuego lo encendí y este ardió rápidamente, la leña era vieja, ¿Pero cuán vieja podía ser?

Allí esta el hombre solo consigo mismo; y su alma esta hipotecada.

Cuando la puerta se abrió y tú apareciste en el umbral, fue la visión que anima a los hombres desde el eterno, justamente para el que habitó en lugares de perdición.
Te acercaste a mi, tú mano de piel tierna, blanca como la cerámica se posó sobre la mía tostada por mil soles, marcada a cuchillos y machetes, pellejo que clamaba solo por una caricia de tú avenir.

Luego me vi en imagen fresca, de nuevo tomado de tú mano volví a recorrer aquellos bosques húmedos, donde el hongo brota espontáneo de debajo el manto de hojas secas húmedas, que el otoño dejo caer, donde las ardillas recogen sus provisiones de invierno.

Recorrer las calles de piedra hasta el lago, bajo un torrencial aguacero que nos aísla en este universo.

Donde tú presencia colmó mi esencia.
Donde tus labios sanaron mis cicatrices.
Donde tú mirada me devolvió el azul del cielo celeste.

Luego cuando la fuente helo sus aguas, el anciano me regreso el pergamino, diciéndome:
-En realidad esos dados estaban marcados.
-¿Marcados?
-Si con hierro incandescente para forjar a los hombres de temple.

Luego juntos con el amor a cercanía correspondido, alcanzamos las altas cimas, que desde milenios guardan las nieves eternas, donde me fundí en ti por el espacio sin tiempo que abrimos en el infinito.


Nileve: el paradigma de la mujer ideal.

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