jueves, 8 de octubre de 2009

Olvido

Olvido
Políticas de Procesos Excluyentes
Cuando oyó esas palabras, no las podía creer, no sabia lo que oía, pero le pareció que era profundamente injusto, sin saber lo que era justicia.
A los 8 años, que le dijeran que se fuera de casa, no sabia cosa envolvía, pero era, la insistencia de la madre y del padre, no le dejaron alternativas validas, sintió al salir de la humilde vivienda que le arrancaban el ser de cuajo.
Bajó con una bolsa (funda) negra, negra como su advenir, sujetada fuertemente, volteando hacia atrás, varias veces, para que alguien le dijera algo, para que alguien lo despertará, para que alguien simplemente le indicara el camino, e iba cuesta abajo mientras en sus adentros se alojaba la soledad, unas veces le apretaba el pecho en forma de ansia, otras veces se llenaba de ilimitada angustia.
Tiempos indiferentes, tiempos de olvido, tiempos de indiferencias.
Y como el caudal de agua va cuesta abajo, así mismo el se revertía sobre la ciudad, en la medida que oscurecía, Bogotá se iluminaba, él pero deambulaba por calles y avenidas, el hambre lo torturaba, sin fuerzas se sentó en la banca de anónimo parque, pero hacia demasiado frio para poder dormir.
Hace frio en Bogotá, y más aún, cuando se es tan pequeño, que la soledad no entra en sí mismo.
El nuevo día trae consigo, todo lo que el sueño había delegado a memoria de olvido, y que las primeras luces del alba, junto al ruido ensordecedor de los vehículos que se iban amontonando en las calles y avenidas, le traían de nuevo a colación, se acurruco sobre si mismo, pero lo único que sintió dentro de sí, en todo su ser fue un enorme vacio.
Por allí pasaron unos como él, recogían cartones en sacos más grandes que ellos, recogían latas en sacos que arrastraban detrás de ellos, mezclados con perros.
Se detuvieron en el parque, donde jugaban otros niños bajo la mirada atenta, de niñeras y madres, máximo guido al mínimo rasguño.
Ellos, los otros, hijos de nadie, niños de la calle, se juntaron al ángulo opuesto del parque infantil, formaron un círculo junto a los perros y sus sacos.
Él permanecía impasible, mientras observaba como se mecían, su ser quería volar entre columpios y toboganes, llevada por las manos protectrices maternas, los veía jugar y reír, el reír le atraía enormente, casi lo trasportaba a un estado de bienestar angelical.
Luego inicio a oír otro tipo de risa, risa espaciada de sonidos vacios, que provenía del fondo de aquel parque infantil, desde el ángulo obtuso en que estaban sentado el grupo de niños de ausencia paterna, risas exageradas, risas de profundos ecos de brillos de vacios, de abismos de soledad que le hicieron sentir vértigo de profunda exclusión.
Se le acerco una niña que provenía del grupo.

-Oye niño préstanos la bolsa (Funda).
-¿Para que?
-La necesitamos, y ven tú también.

Se levantó y se acerco al grupo,

-¿Para que la necesitan?
-Para oler, siéntate y veras.
-¿Estas abandonado?
-Sí,

Empezó a llorar.

-Mejor no llores, no sirve para nada.
-Si, quédate con nosotros,

Lo aceptaron como si lo conocieran de toda la vida, él volteo hacia el parque donde se jugaba a juegos infantiles. Cuando le golpearon al brazo toma y chupa, la bolsa (Funda) llena de un color amarillento, le pareció extraña y se le quedo mirando, mientras el que se la ofrecía arrancaba en una carcajada sin fin.

-Chupa, dale chupa.
-¡Que! ¿Que tengo que hacer?
-Agárrala de esta manera, pon la abertura en la boca, sopla y jala.

Cuando lo termino de hacer, miles de estrellitas intermitentes centellante, le invadía el cosmos a los ojos subió un efecto anestesiante y le brotó una risa a dentada plena, desde el fondo, más allá de su comprensión, el efecto era corto, pero la bolsa recorría de mano en mano, aquellas manos pequeñas desprotegidas, sucias, inocentes que se adherían delante el abandono social, se vaciaba y de nuevo se le llenaba.
El parque se fue vaciando, niños que se marchaban en coches, de las manos protectrices de sus años infantiles, la noche caía lentamente, como escarcha de hadas sobre ellos, mientras ellos estaban suspendidos, detenidos en su pequeñez, oliendo pega de zapatero, que los hacia escupir constantemente, se caían hacia atrás, unos sobre otros formando, un montón de pequeñas acciones, inocentes acciones, inconscientes acciones que los trasportaba a dimensiones paralelas, a laberintos de orcos y dragones, donde mil demonios los arrastran irremediablemente hacia las tinieblas, delante la mirada indiferente de la desidia social.

-¡Oigan es tarde vámonos!
-¡Brrr, uy!
-¡Sí corramos!

Se alzaron rápidamente, él no entendía nada, veía las estrellas que brillaban intensamente brillante intermitente como nunca, mientras se tambaleaba.

-Ven no te quedes allí, pareces el propio Memín, ¡levántate!
-No te puedes quedar allí, si pasan ellos te mataran.

Se levantó en ese momento entendió, que pertenecía aún grupo, corrían saltando y gritando junto a los pequeños Camines (Niños tirados al Abandono Social) como una tribu nómada de espacios siderales, ajenos al mundo que los angustiaba.
Corrían y a ratos provocaban pánico entre los transeúntes, una señora que caminaba distraída fue objeto de expropio, por Cachín el más grande del grupo, le tiro el bolso y corrió con ella bajo el brazo, hubieron gritos, insultos, pero él como el viento, se sentía pero se volvió intangible, los demás corrieron como si fueran uno solo, porque la culpa de uno, caería sobre todos ellos. Tuvieron que esquivar varios hombres que quisieron cerrarles el paso, detenerlos pero se les zafaron, recubierto de sucio que el acumulo lo vuelve hollín y es grasoso, repelente al tacto, repulsivo a la vista.

-¡Ven, por aquí, Memín!

Voces que oía, que lo guiaban en medio de aquella estampida infantil, jamás lo habían llamado Memín, pero le resulto tan familiar, algo que de inmediato lo adquirió, porque lo sintió profundamente suyo.
En el cruce de camino, debajo los puentes de la autopista, ingresaron en el alcantarillado.
Al submundo, que sus entrañas los protegía del mundo de la superficie.
Alguien dijo alguna vez; “No se puede empezar la vida en medio del rencor social.” Alguien también los vio con profunda ternura; pensando que los niños solo tienen que jugar.
Corrieron aún por túneles oscuros, guiados por un instinto, que emergía desde el interior de la herencia atávica, tropezando contra bultos amorfos, aguas mal olientes, oían el chillidos de las ratas, veían los destellos de sus redondos ojos, seres que disputaban espacios, en el reino de la penumbras.
En un descanso de la cloaca, subieron a un local donde se amontonaban, sacos y cuantos objetos desechados por el mundo exterior encontraban, al llegar, Cachín estaba hurgando aún la cartera y seleccionando los objetos, y separando el dinero, una luz pálida que emitía una vela, le permitió detallar el lugar, que lúgubre, con aire caliente que se sintió sofocar, cerrado completamente, pero lo hizo sentirse al seguro.
El dinero era bastante, bastante para sus precarias necesidades, por eso se utilizó para mandar a comprar alimentos a la superficie. Fueron escogidos la Gata, Yoyo, y Memín por ser los más pequeños.
De nuevos por recorridos de agua malsana, disputando la oscuridad con las alimañas del mundo subterráneo.
Al salir a la superficie se sentía otro, era parte de una comisión para liberar a la humanidad del hambre, llegaron a un puesto de ventas de arepas, que el quiso comprar, pero los otros niños, le dijeron que no, eran muy costosas, en una tienda enrejada compraron galletas, caramelos y cuantas chucherías allí vendían.
A él le pareció una fiesta, nunca en su vida había visto tantos dulces.

-Todo muy rico.
-Si muy rico. (Le respondió la Gata).

Los días corrieron como las aguas servidas, mal olientes, pero canalizadas, saliendo a la superficie al primer impacto se cegaba con el contacto de la luz del día, de la oscuridad a la luz, de la perene noche, arrastrando esos sacos que llenaban con desperdicios, hurtando, corriendo, drogándose con cuantas sustancias alterasen sus sentidos, se producía en él, el olvido de los tiempos.
La tribu aumentaba y disminuía según los percances que los pequeños Camines, se encontraban, pasaban días y luego se recompactaba el grupo.
Entonces llegó, o más bien regreso Resorte, empezó a contarles todo lo que le había pasado, desde que se marchó hacia Caracas.
Él escucho toda aquellas historia fantásticas, animada con palabras, pero que el las traducía en su mente a colores, con vivos matices de fantasía infantil...

-Y les digo allá todo es bien, no nos persiguen, ni nos matan, como aquí y la gente te regala de todo, allá no recogía basura, ni me escondía en las cloacas con las ratas.
-¿Porque te regresaste entonce?
-Para que se vengan conmigo y salgan de este agujero.

La propuesta, respuesta quedó en el aire, rebotando de mente en mente sin parar, hasta los arrullo esa noche en sus tiernos sueños de niñez abandonada. Sí un mundo mejor es posible. Así lo presintió, así se cobijo con aquel anhelo, que las clases excluidas conservan como ideal, el sueño reivindicativo de los pueblos.
Varios días pasaron, y la opción de irse a Caracas se fue volviendo una idea fija, en la oscuridad del local, al lumbre de una vela, se planeaba aquel viaje como los antiguos Españoles, que buscaban la tierra de la eterna juventud, el Dorado, la tierra prometida y cuando sueño, el hombre invocó antes de partir para una aventura.

-Sí mañana nos largamos.
-¡Esta bien!

Respondió el Memín, pero sintió un profundo escalofrió que le helo.
Al día siguiente, se aviaron por la vía, que lleva a Tunja, marchaban como los exploradores de antaño por tierras baldías, por forestas inhabitadas de tanta desidia que hoy las pueblas.
Optaron por subirse a un camión, mientras los choferes almorzaban, el viaje fue monótono hasta llegar a San Gil, el ejército, había bloqueado el camino para realizar un registro de todos los vehículos, y los encontraron acurrucados.
Arrestados, el pequeño grupo fue conducido a un albergue de menores.

-¿Se termino el viaje aquí Resorte?
-No, esto es normal, hay que buscar solo el hueco para irnos.

En el albergue eran en muchos, los castigos eran frecuentes, y sucedió que hubo una fuga masiva, en la que el pequeño grupo, retomó su ambicioso proyecto de llegar a Caracas.
Regresando de nuevo a la carretera, caminaron por días, en los pueblos pedían dinero o comida, retomaban fuerzas y regresaban al camino, de esa manera llegaron a la ciudad de Cúcuta después de varios meses.
Cuando cruzaban por el puente Simón Bolívar, fueron arrestados y confinados en un albergue de nuevo. Ellos ya pertenecían a la vía, e intercambiaron historias con otros que habían regresados, otros que venían y otros que nunca se habían atrevidos a partir, y se entusiasmaban, con las historias fantásticas y el sentir de tanta vivencia.
Varios meses pasaron, detenidos hasta que pudieron fugarse.
Una vez recuperada la libertad, cruzaron por debajo el puente, esta vez de noche, al entrar en Venezuela no concibieron el cambio, que ellos se habían planteados
Pero Resorte les animo, diciendo que Caracas es otra cosa.
Avanzaron por los Andes, atravesaron el helado paramo, hasta la ciudad de Mérida y allí delatados por sus vestiduras, por su apariencia de abandono y desdejadez les detuvieron y de nuevo internados en un albergue de menores.
Esta vez se sentía con ganas de quedarse, tenían frio y hambre el recibir alimento con regularidad, tener un lecho aunque compartido, pero luego de varios meses junto a los castigos, a la disciplina impuesta, a las clases que no entendían nada el fin practico, poco a poco regresaron los sentimientos emancipadores, la libertad de andar por allí como perro realengo, acostarse debajo un puente, deambular las noches entre bares y prostitutas, sentir el frio intenso de la noche, observando un cielo estrellado, cansado de las cuatro paredes del patio interno a la casa, empezaron las consultas con los demás compañeros, hicieron varios intentos que habían sido descubierto, pero aquel mes las severa maestra Josefina se fue de vacaciones, por eso el plan lo adelantaron sin tropiezos el servicio de inteligencia interno dormía, fue de mañana, bien temprano cuando llegó el distribuidor de la leche y el pan, se salieron por la puerta y se alejaron corriendo, volteando viendo la casa con sentimientos protectores.
A cierto punto, mientras ellos bajaban de las alturas andinas, hacia la llanura creyendo que los estaban persiguiendo, los del albergue celebraban la huida de 15 menores, porque habían superado el cupo de infantes.
En la ciudad de Barinas se alojaron en la plaza, Bolívar a la sombra de los Libertadores de América, los transeúntes estaban acostumbrados a ver menores en Estado de Abandono Social, pedían y era suficiente para comprar la pega de zapatero, y jalar el volátil que los hacia volar a otros espacios, que los anestesiaba de todos esos sentimientos y emociones que les poblaban por dentro, que en la tranquilidad de la noches los asaltaban en sus sueños, que les producían calambres y sobresaltos, que al despertar en su realidad, se alegraban de que las pesadillas no eran ciertas.
El día, a día, les traía pesares y divagaciones, mientras avanzaban hacia aquel mito que los Camines evocan en su abandono; “la ciudad de Caracas.”
Cuando llegaron a Caracas, después de 2 años, se alojaron en el Boulevard de Sabana Grande, durmiendo en sus bancos una gringa (italiana, española o portuguesa) les traía la cena, “la Señora Gina” la llamaban al acercarse, les lavaba la ropa, les leía algún cuento, la gringa cuando se alejaba.
Las noches dormían a la entrada de algún edifico, o arrumados en cartones en algún jardín. Pequeños como eran, flacuchentos por la desnutrición, entraban entre barrotes y algunas ventanas, de los negocios que abundan en la zona, encontrando cantidades de dinero, pequeños hurtos que iban dejando su rastro.
Por los lados de Chacaíto, por donde trabajan y venden sus productos los artesanos. Se reúnen con gente que viaja por toda Latinoamérica, practican la magia callejera, el malabarismo, elaboran artesanía, es un ambiente bohemio que los acepta como tales, a ellos. Con ellos aprenden a fumar mariguana y otras sustancias, dejando la pega de zapatero, conocen a su vez a grupos de menores y alternan con ellos, entre ellos conoció a Estefanía, concurrir a sitios de agregación social tiene sus costos, ellos con los hurtos habían adquirido poder adquisitivo, se vestían con la ropa que robaban en las tiendas, hasta que en una joyería encontraron 15.000 Bolívares, con su parte Memín decidió comprarse una moto, tenia la firme ambición de conquistar a Estefanía.
La paseo en su moto e iban a las matiné de las discotecas en Chacao, se divertían en grupo pero los grupos son cambiantes, aquella tarde ella se fue en carro con un pavito de los que llaman la gente bien, un sifrino los llaman ellos despectivamente.
Arranco su moto intempestivamente, por las molestias que las heridas de los tiempos de olvido le producían, lo que demuestra que las emociones nunca cicatrizan, volaba entre carros e insultaba a los automovilistas, mostrando sus acrobacias y su desprecio a la propia vida, esto llamó la atención de dos policías metropolitanos, los llamados pantaneros que iniciaron una persecución sin cuartel, por calles y avenidas, por escaleras y puentes, hasta que la mayor potencia de las motos policiales, les dio alcance.
Una vez detenido le pidieron los papeles de la moto, mientras por la alarma dada, llegaban más policías y no se pudo arreglar con los que lo detuvieron, los papeles resultaron en regla, pero él no tenia documentos personales.

-¿De quien es la moto?
-Es mía, yo la compre.
-¿Es tuya? Como la compraste, si eres menor de edad.
-No, yo soy mayor de edad.
-¡Dame tú cedula!
-La perdí.
-¿Como te llamas?
-José Angulo.
-Inspector el ciudadano esta indocumentado, pero la moto es legal.
-Pídele el numero de la cedula para verificar datos.
-¿Tú numero de cedula, chamo?

Lo pensó y lo repensó, hasta que dio varios números al azar.

-6.456.67
-Falta un número.
-Llévalo a la central para investigaciones.
-No joda chamo, en vez de hablar claro en esa vaina para resolver de una, ahora se te enrollo el papagayo.

En la central de policía judicial, le tomaron las huellas digitales, unas las mandaron a la División de Identificación y Extranjería y las otras al archivo de Policía Judicial.
Luego de varios días en Identificación y Extranjería no aparecía registrado, pero en la de Policía Judicial, estaban sus huellas dactilares solicitadas por hurto en una joyería, y como afirmaba ser mayor de edad, para no perder la motocicleta, fue enviado a tribunales de mayor de edad.
El día del traslado, en el Reten de Catia había un motín, así que lo trasladaron a la cárcel del Rodeo. En la entrada del penal al ver hacia el interno tuvo un escalofrió, a todos los trasladados se les reflejaba el temor en la cara.

-¿Tú en que pabellón puedes vivir?
-En el que sea, no tengo culebra con nadie.
-Esta bien chamo candela, mete a este pal pabellón del Barrio Chino.

Cuando entró, no tuvo tiempo de reaccionar, solo su condición de sufrido fue reconocida, pero la ropa, ellos se la quitaron, y le dieron una ropa vieja, que a él en lo particular no lo afecto, tenia poco tiempo que se vestía de nuevo, a cierto punto le era hasta incomoda.

-Mira te vamos a dar canoa en este pabellón chamo, pero aquí te tienes que mantenerte activo, empieza por amolar chuzos.
Los Chuzos como son llamados a los cuchillos de duelo y combate, tienen varias fase para su elaboración, la primera es dibujarla sobre el hierro de una platina, como de las puertas no había tuvo que hacerlo de la escalera, para sacarle la forma, con un pedazo de segueta incrustada en un pedazo de palo de escoba, se saca y se empieza a molar con una escofina, fijada en un madera con clavos, una vez amolado se le calienta y se le agrega azúcar, donde el hierro se ennegrece y se amuela de nuevo, solo el borde que reluce plateado, una vez terminado se hace los cordones, los cuales forman la empuñadura. También había que practicar el duelo con los palitos calientes, palos de escopa que en la punta se le incrustaba un clavo.
Las constantes peleas, bien que iban, siempre alguna herida dejaba, los combates eran de pabellón contra pabellón, luego se recogían los muertos y se curaban los heridos, al rato ingresaba la guardia nacional con su represión, gases lacrimógenos y luego como un huracán de paso, les destruían todo, desnudos por horas en el patio, esperaban el castigo que los agentes del desorden, llamaban el caminito verde.

-Oídos a todos, pasar en grupo de a 4.
-¡Corran sin detenerse!

Mientras se preparaban, veía las filas de guardias apostado a todo lo largo del camino, con sus uniformes verde oliva, (Divisa sin honor de opresores de pueblo) para llegar al pabellón, las penillas ondeaban como sables de acero brillantes, corrían a más no poder pero era inevitable que el sablazo le hiciera revolcarse en el suelo, retorciéndose del dolor, pero de allí repartían con renovado vigor, pues las patadas que les daban en el piso eran peores, él ni se imaginaba, que un hombre tenia tantas marchas, ni que soportara tanto dolor atroz. Luego se reiniciaba a reconstruir los bugí, las cocinas, los colchones, las almohadas, las literas.
Un día, llego el consulado Colombiano, y se oían voces dentro de la cárcel, que todos los Colombianos bajaran al administrativo.
La Cónsul, mujer joven bella de finos modales y de comprobada vocación social, les trajo, medicinas y algún alimento, un enorme esfuerzo económico, para un país enguerrillado desde hace varias décadas y por la cantidad de compatriotas detenidos.
Como la gran mayoría estaban indocumentados, se les pedía los datos personales para hacerles los documentos.
Memín, le dio todo lo que recordaba, sustraído de un traspasado remoto, lejano removido desde debajo de los escombros de su derrumbe emocional; su dirección, nombres y apellidos, donde había nacido y que en el momento de su detención era a un menor de edad.
Luego de varios meses, regreso el Consulado y efectivamente trajo su identidad, pero en la dirección donde residía su familia, nadie lo había reconocido.
De nuevo trago amargo, él esperaba aunque sea un saludo.
Tramitó la cónsul su traslado a la ciudad de Caracas y lo trasfirieron a la Cárcel de la Planta. Al llegar lo pusieron en el pabellón 3, planta baja, el hacinamiento era grande, el se hizo una hamaca y la amarro entre los barrotes de la celda Nº1 y la de los baños, era de contextura diminuta, pequeño de estatura. Dentro de la hamaca se veía solo un bultico.
Por aquellos tiempos, se prendió el malandreo en el penal y los muertos salían con constancia diabólica, entraba la guardia; tumbado todo, luego la dosis de bioenergética activa, vejámenes, desidia, maltratos, castigo, desnutrición, carencias, una total exclusión del Sistema Social de Bienestar Publico.

Las noches en vela fumando Bazuco, en los pasillos oscuros, que solo la llamarada al inhalar el vicio dejaba espacio a una luz precaria, la basura acumulada, donde las ratas recababan su alimento, montones de ellas que le daban movimiento al piso.

Entre la planta baja manda la Banda de la Vega y en la planta alta manda la Banda del Barrio Chino, habían problema que crecían con los días, muchas veces en esta situaciones, hay más de uno que sinceramente se quiere morir, pero no tiene coraje para hacerlo con sus manos, por ello agotado en su propia existencia cansado de vivir en esas formas circunstanciales de caos social, no logrando ver el final del túnel hacen de todo para morirse.
Me acuerdo ese día, que estaba parado a la hora del almuerzo, en el estacionamiento del penal, esperando que abrieran la sección pedagógica, cuando paso Memín acostado sobre una camilla.

-¡Catire! ¿Como estas?
-Bien, chamin ¿que te dieron un toque?
-Sí, creo que en esta me voy.

Se apretaba con las manos los intestinos, me quede mirando como lo llevaban a la ambulancia, pero en la tarde con toda la barriga vendada, regreso al penal después de fumarse unas pistolitas de Bazuco, subió a su hamaca que sinceramente, no sé como logro, subir hasta allí.
Al día siguiente, mando al hospital al que lo había apuñalado.
Pero al otro día, me encontraba en el mismo sitio y a la misma hora, cuando de nuevo paso Memín en camilla.

-¡Profesor! Catire ahora si estoy listo para irme, acuérdate de lo que te conté, sí.
-No te preocupes Memín, la historia la cuento yo.

Lo vi como se alejaba, retorciéndose de dolor y su historia que me la conto en el pasillo de la planta baja, del pabellón 3, esta se activo en mi mente. Ese día di las clases, pero no regrese al pabellón, porque salí de nuevo al estacionamiento, eran pasadas las 4 de la tarde, cuando ingreso de nuevo el Memín, caminaba cojeando agarrándose la barriga.

-¿Estas bien chamo?
-Bien, sí, Catire, verdad que es duro morirse, porque será.
-No sé Memín, pero se ve que no es cuando uno quiere, sino cuando se debe.
-De cajón debe ser así, porque tengo rato que me quiero morir, y no se da.
-¿Vas pal pabellón?
-No, la Cónsul habló en el Ministerio y me trasladan para el Junquito.
-¡El Junquito! Esa cana es bien, allí pague 3 años, se aprende que jode.

Varios meses después, me trasladaron al Junquito, para practicarme los exámenes psico-sociales para la libertad condicional, y me lo encontré allí, estaba de lo más animados tenia una bandita que atracaba a los otros internos, como el Junquito es una cárcel de alto rango, allí la mayoría eran pudientes.
Una vez hablando con un Alemán, que esperaba ser extraditado, a su país de origen, me comento que Memín, lo había atracado junto a otros dos y al negársele, lo puñalearon en la pierna.

-Mira alemán ese muchacho fue abandonado en la calle, ha sobrevivido a todo tipo de vejamen, en cambio tú tuviste familia y un estado que veló por tú seguridad social, simplemente olvídalo.
-¡Pero que tiene que ver eso ellos me atracaron!
Estaba gritándome entonces le dije.
-Bueno entonces ve allá y descobratela, él es pequeñito raquítico y tú alto y fuerte, ¿Que haces que no te la descobras?
Me quede sentado, observando las diferencias que existen a según la crianzas, ellos los hijos de la calle, conviven todo lo que encuentran. Los criados en el bienestar social en cambio son individualistas, sin solidaridad, creen que el mundo les debe algo.
Por esa razón la teoría social no se completa jamás; por lo imposible de encontrar un limite entre lo justo y el delito, y por al complejidad emocional de los humanos.
Una semana después estaba de nuevo en la Cárcel de la Planta, y un mes después me Trasladaron a la Cárcel de Yare, allí la lucha entre hermanos siguió, muertes y heridos, castigos y palizas eran el diario vivir. Luego cambiaron el Ministro de Justicia, el Nuevo ministro era un reaccionario, conservador, anacrónico, ¿Que se le puede pedir a un Social-Cristiano de ser? Convirtió a todas las aulas de sección pedagógica de la Cárcel de la Planta en celdas y de la Cárcel del Junquito trasladó a todos los estudiantes de la universidad, en ese lote vino Memín y el Profesor Fossi, los invite al pabellón donde me encontraba, pero Memín, me hizo seña que iba al pabellón 4, Barrio Chino.

-¡Bien, Memín esa es la familia!

Son los tiempos que pasan, algunos los sitúan, a otros nos arrollan, para contar esto, en síntesis valió la pena existir.

En estas historias de vida común de políticas excluyentes, en que el ser vive postergando su bienestar...

Sustraído del diario de Memín, como tantos niños Latinoamericanos, huérfanos de familia, huérfanos de patria, huérfanos de justicia social.




No hay comentarios:

Publicar un comentario