martes, 6 de octubre de 2009

Amores en lugares de exclusión

Amores en lugares de exclusión

Son amores de violentas pasiones, los que se desatan en el mar de los Caribes.

La noche, como es de relajante, el momento cuando me autodispongo a dormir.

El carcelero, luego de observarme de espión, se aleja por el pasillo con sus pasos pesados, que activa el ruido de las llaves que le cuelgan de la cintura, se va molestando al corredor.
Carceleros y sus cárceles: violencia de grupo, opresión de sistema, que hacen del secuestro de estado una legitimación de facto.

La televisión, impuesta en cada celda por ley, sigue su acción subliminal aplicándome un método de inducción, donde desliza la magnitud mínima de persuasión en el efecto para influir sobre mi conducta. El pasar imperceptible por el umbral de mi razón, del estimulo-mensaje mediante el hablar-imagen, que, determinantementé, busca condicionarme al consumismo de masas, disolverme en la conciencia común y formarme en un alienado de clase para que sirva a sus propósitos de dominio colectivo.

Hoy, no hay programas de opinión que retroalimenten mi crítica al estado, mi ansia por colmar la adversidad al poder constituido.

Después de mi divagar por el espacio etéreo, usando el artefacto TV como anestésiante, sintonizó un programa de variedad, me detengo cuando oigo un Son, lo identifico como lo que es, un Son montuno, música del Caribe, salsa.
Hay unas morenas en trajes menores, bailarinas de Cuba, anuncia el locutor ¿Serán de la Habana social club? (Inmediatamente me interrogo).

Recuerdo entonces, los club sociales, cuando se formaban por aquellos lares y aquellos atardeceres fogosos, en que mi ser era arrullado por el vaivén de las olas del Caribe, en sincretismo hipnótico en que mis adentros revocaban sucesos, eventos, hechos de un sentir profundo que aún carece de definición especifica en que ella, ese recuerdo de una hembra que se contorneaban como una anaconda deslizándose hacia mi.

Mira bien tú, donde fue a terminar esa revolución; una verdadera falta de moral revolucionaria y de una iluminada conciencia de clase.

La salsa es la música que mas se oye por allá en el Caribe, en toda Latinoamérica. Tanto que muchos de los que viven en los barrios degradados del continente, la tienen como música propia, como un producto nacional, como el último resguardo de su identidad.

El Son que anticipó a la salsa; nació en el corazón del Caribe, después se trasformo en lo que es, o sea en salsa una fusión de orígenes y subcultura de las grandes urbes, de la metrópoli del norte, dentro del degrado donde se refleja ese abrigar de concebirse del hombre marginado, periférico de un contexto cultural específico en el cuál participa en estar, sin ser, con sus crisis existenciales marcada en el ansia de proyectarse fuera de donde es relegado.

Hay quien lucha por no perder lo suyo y hace del revisionismo su visión propia, reelaborando su bagaje cultural, según forma y concepciones de largo arraigo, y de esa manera con la fuerza del propio enraízo, asimila y reimprime su esencia vital, adquiriendo y a su vez gestionando lo nuevo y lo propio para transformarla en un elemento nuevo.

Las mejores canciones, para mi, son las de salsa brava, donde los elementos son cuchillos, cárceles, abandono, traiciones, pasiones, celos, mortificación por el amor perdido, entre chismes y envidia que es lo característico del suburbano donde la cultura es alineación; verdadera acción de expropio de la identidad y formación de los pueblos; del hacer de la gente.

Vida mundana, ignorancia del propio ser.

El estilo del baile, cambia según el sitio, pero siempre es cerrado, mujer y hombre en una sola guisa, formando de dos cuerpos uno, que el Son trasforma en movimientos armónicos. Hay quien escucha salsa, y baila merengue, por esta razón el baile es diferente según el terruño donde se interpreta el Son, los lugares donde le dan albergue a su musical.

Bailar con una morena, donde se aloja el cruce de raza y lo ambiguo de las culturas que a estas playa desembarcaron, cuando su piel destella los últimos rayos de sol con los primeros ardores del atardecer, en un ambiente rustico de palos clavados en la tierra con techos de palma y la arena debajo los pies, caliente y fresca alternándose por capas, el mar batido por el viento, en el ondear de las palmas de cocos brotadas en la playa, observando el ocaso, expandiendo dentro de si aquel sentir de soledad extrema, sincretismo entre existir y morir, en que la conciencia asiste en tercera persona.

El sol intenso, abrasante que en aquellas latitudes te envuelve como a un tizón. Cuando sus rayos bajan de intensidad el sentir divaga en errar por comarcas de aniquilación del propio ser, te da la sensación que la piel descansa, como lo hace la tierra y el día dejándote la epidermis dorada.
El amor en lo intenso del trópico, es como una sortilegio en que te vacías de los sentidos, y las certezas de ti, las creencias más arraigadas, las convicciones más sostenidas y te catapulta en acciones emocionales donde las heridas desgarran hasta al infinitesimal del espíritu, hondo muy hondo, en el destierro del si mismo.
Aquellos amores, que has tenido que dejar en coma a la angustia, de no poder sostenerte, a las hembras que no te has podido entregar, de sus cuerpos de piel resplandeciente de aceite y ébano, que has tenido que escapar, por todas las heridas que has tenido que cicatrizar, a las mujeres que abandonaste por primero, antes que te hincaran las espinas del suplicio del amor errante, de todos esos cuerpos apetecible al tacto y a la vista, que cuando la pierdes ganas, donde se inflama el ardor de los pueblos.

Fue en la misma navidad que se desvaneció la Tania.

La que tenia por meta solo amar y luego escapar, donde ningún sentimiento la pudiera reconocer, donde no la hallara el aferré de su alma.

Cuando tú llegaste a la esquina de la calle, en el cruce de los caminos, senderos de desvíos como lugares de olvido, caminabas como una gata encima a tus tacones de metal, con tú piel emanando esencias de extravíos, esa piel tuya extensa como una llanura, donde él, los hombres desaparecen en juegos de exaltaciones que tú desatas, se pierde el sentido entre tus brazos donde me adentro como en junglas vírgenes, desde donde te asechan miles de peligros de los cuales ninguno es igual al tuyo.

Donde me hago a la mar para convertirme en náufrago en océanos escondidos. Aquella noche no fuisteis mía, tampoco yo estuve preparado para aquel evento, te hiciste la dura, remontarte en tus alturas era difícil, luego pero tuve que andar en tramos exponentes, elevado a la centésima de la potencia de la propia resistencia. El encontrar tu entrada fue para mí un descubrimiento de otros siglos, de otras gestas, de otros conflictos. Acciones herradas de análogas emociones.

Luego me contaste como Pedro Chiflas te dejó abandonada en aquellas tierras baldías de sentires desérticos, batidas por fuertes vientos, arrasadas por tifones de emociones, huracanes que arrastran a hombres probados en tempestades de efusiones de amor prohibido.

Allá justamente donde enloquecieron los conquistadores, donde naufragaron los navegantes, donde se perdieron los exploradores, donde los mapas secretos que elaboraron los piratas; advierten que aquella es tierra de olvido.

Sabes bien, que perdí la razón por ti, cuando salí de tus brazos la noche se alargó en el conjuro de tú mirada, huía como de una tempestad, me sentía como en la popa de un velero amarado al mástil central, azotado por los tormentos de tus cantos de sirena, destruido por el ciclón de tus hechizos, con los sentimientos deshilachados por las caricias de tus manos, la piel pendía, herida, abrasada por aquel astro ardiente que irradia y da preludio sobre del mar de los Caribes. Que tú tez transmitía al contacto con la mía, ardores de libídine que no te dejan salida, que no encuentras donde resguardarte de la intensidad de sus radiaciones, así mi alma hipotecada por el choque con tú cuerpo por los deseos irrefrenable de tus carnes, asintieron al tormento y tribulaciones, al caos y desorden que gobiernan a los hombres caídos en tus redes, entre tus labios que omiten mi voluntad a la perversidad de los sentidos, en tus manos de atracciones poéticas me perdía cegado por tus sortilegios de hechicera, dentro de mi se turbaban hasta mil generaciones.

¿Me pregunto de cosa estas hecha? ¿De reflejo de fuego? ¿Incesto de lava, inhalación de azufre, esencia de Ninfa?
El canto en el tormento de los espectros.
En aquellos instantes al borde del delirio total, te buscaba y te secuestraba a la fuerza bruta, un rapto de Sabina, como el fiero conquistador que cruzaba intrincadas forestas de selvas vírgenes, donde ni las fieras, ni los caudalosos ríos le impedían alcanzarte para sujetarte, para obtenerte como su dominio, suya, posesión indómita, tanto como eras libre para ser dominada a látigo, secuestrada por su desbordante pasión, atada en cadenas, arrastrada por el ímpetu del hombre, que formaba de esa manera su acción utópica en el nuevo mundo.
Nadie, ninguno osó oponerse para que yo no pudiera apoderarme de ti, ni siquiera tú que dejabas que mi arrebato se perdiera en aquellas inmensas extensiones, que mi aliento indomable descargará su impulso en tú lecho.


El choque de dos galaxias.

Una relación tropical no se puede llamar amor, no señor, es una contienda de fuertes emociones de opuestas facciones, un derrumbe de fogosidades, un volcán de deseos que arrolla cada buen principio, donde nunca logras satisfacción plena, donde el vació emerge alrededor tuyo formando la nada. Donde penas sin descanso por amplios espacios buscando esas caricias que han embrujado la razón, donde el mejor de los sentimientos es temerario, hechos y configuraciones de otras dimensiones, donde el fin no tiene confín, y cuando por conclusión te alzas de su lecho, todo alrededor tuyo esta derrumbado, hecho trizas como en épocas de post-guerra, donde no queda; ni piedra sobre piedra, nada resiste al paralelismo de los hechos concluidos, ningún paragón emite entendimiento sobre la experiencia vivida.

El macho y la hembra, como en un baile donde el timbal anula el propio dominio, donde el saxofón lanza su notas al espacio, desde donde emite una nota sostenida al eterno, y en cada margen de la conciencia son esclavizados los sentidos, donde tú imagen atormenta de continuo el uso de la razón, privando a la mente de cada autogestión y sentido autónomo, de cada función del sensorial por el abrigar de tu sensualidad, el cobijo de tú querer.

Sabes que el decir, el hablarte, esta de más, se que una vez tú quisieras fiarte de alguien, como yo quise darte la seguridad que tú buscabas, pero tú piel emana lujuria de templos profanados, donde la soledad se presenta en medio de la noche mostrándote un cementerio donde cientos de hombres, un exterminio de varones, donde muchos machos de probada valentía sucumbieron delante de tú cuerpo, entre tus brazos de hechicera, tus carnes llenas de pasión, poseerte abre las puertas del abismo, prefiero un duelo a navaja, yo solo contra cinco en una refriega de piratas, que regresar a la exquisitez de tú naturaleza prohibida, que produce la perdida del contacto con la realidad, tú placer como el flagelo de las carnes y para luego caer en un limbo sin parámetros, sin orientación precisa, después de todo;


¿Un hombre tiene derecho a saber cuando muere?


Desvió de sentidos, extravió de la razón, esencias de un bramar sensual, reducción del propio brío.
Sí, entraste en el profundo de mí, no es miedo, porque; mi valor fue probado entre las peores cárcel del mundo, es prudencia, es sensatez; donde el hombre se impone a sí mismo prohibición de acceso, lugares vanos donde se pierde el humano, donde el ser y la pasión se enfrentan en interminables ofensivas hasta el ocaso de la era.
Aquella noche en que la Lola, arruinó lo que estábamos instaurando en aquel publico lecho, en luchas de carnes profanando el santuario, un holocausto de recuerdos que son solos deseos, aullido de bestias que viven análogas condenas dentro de las forestas, en que el llamado de la noche profunda son prohibiciones celestes; sin excepción es solo inconsciencia del cuerpo, como dos que estaban aprendiendo a caminar de nuevo, y aun me pregunto;

¿Cuanto de verdad había en ti?

Es, así de difícil tener confianza en una hembra, que posee aquella devastande naturaleza, aquella profundidad en la mirada, los movimientos que es espejismo para el nómada, que vuelve errante al viandante, aquel flagelo que aun perturba mis emociones, que estremece mis adentros.

No soy un ángel, ni soy un redentor, no vine a redimir a la humanidad. Soy solo un hombre que caminando distraído lo atrapó el destino, tengo en mi la inseguridad de tantos hombres en fin de cuenta como todos busco la firmeza donde mis pies puedan pisar seguro, donde, si me levanto es para permanecer erecto, erguido sobre mis piernas.

Tú eres hija de la alta noche, expedida en la tardanza del deseo, donde la oscuridad es cómplice de las formas inconclusas, el eco del tambor retumba lejos desde el interno de las plantaciones, sentires atávicos que mantienen encadenados al humano desde el origen de los tiempos, noches del Caribe, aroma a tabaco, cachimba y ron, esencia de cañaverales.

Es ritual de Vudú; de muertos vivientes que su fuerza se percibe desde el fondo de la tierra adentro, donde ninguno tiene el coraje de entrar;
Sí;
Hombres cegados por la mirada de tus ojos.
Hombres en delirio por el elixir de tus besos.
Hombres perdidos por la fragancia de tu piel.
Hombres marcados con profundas cicatrices por tus caricias, aquellas marcas que permanecen en el fuego ardiendo perennemente.
Hombres encadenados a los ardores de tus carnes, eres una condena a ritos esotéricos, formulas secretas de antiguos encantamientos en lo cuál la voluntad decae delante de tú presencia.

No, no se puede, llamar amor a esto que acontece en una relación con una hembra en el Caribe.
Es una sentencia, es una prueba, es una lucha desigual de un hombre contra el universo.

Por eso te abandone, huí y marche a lugares de destino, solamente por eso, aproveche la alta mar y que su potencia me alejara de ti, en el desenlace en que yo viviré en ausencia de ti, aun dejándote una promesa de amor tatuada en el corazón.

Y aquel retoño al que no le distes luz, como epilogo de lo que no ha de ser.

Como de todas las mujeres que tuve que escapar antes del alba, como prófugo convicto de sus amores; Donde en sus lechos deje mi avenir y en los cuales ellas practican las artes y las hechicerías que ausentan al hombre de su existir.

Exactamente, donde el hombre se prueba a fondo, en la experiencia de poder regresar a sí mismo.


Sustraído del diario de la Yariza, tremenda bandolera; que una vez saqueó mis sentimientos por los lados de la isla de Margarita y que el recuerdo purifica en la distancia que nos dejó el tiempo.

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