jueves, 8 de octubre de 2009

Lluvias de Abril


Lluvias de abril.

Después, una mañana se perciben las primeras gotas de lluvia, y el terreno se vuelve resbaloso, en el momento que Marisela y la Doñita, salían del rancho (barraca) con sus cacerolas montadas en la cabeza, la Doñita resbalo dejando caer las cosas que rodaron por el suelo, cuando se levanto tenia un dolor en la pierna, y dijo:

-¡No! mijito sí el día inicia así es mejor dejar pa’ otra vez.
Como siempre el buen día, se ve desde la mañana.

Caía una lluvia fina, que llamábamos moja pendejos, crees que no es nada, pero después te encuentras bien empapados.

La mesita botada en el suelo, la cocina de kerosén, el aceite, la masa, el cazón, la carne molida, el perro que olía, el gato que masticaba, el niño que los azuzaba.

Miraba la ciudad desde la azotea, que estaba poco a poco desapareciendo detrás de la neblina que avanzaba, sobre el techo de zinc, las primeras gotas de lluvias imponían el ritmo al ambiente; una autentica sinfonía natural.

Que cosa estas mirando siempre Catire,
¿Crees que esa ciudad se moverá de allí?

Después inicio a llover con mayor intensidad, con mayor potencia, la China Hung, y Matilde la Desventurada se saludan.
Mirando al cielo se persignan.

-Esperemos comadre que termine rapidito
-Si la cosa no se ve bien.

Después corrieron como dos pajaritos, que vuelan a posarse sobre su gajo.

Marisela empezó a preparar el alimento para el pelotón, niños de diversos colores, orígenes desconocidos que deambulaban por calles baldías, en la soledad de la urbe, yo le llevo el desayuno a la doñita, todavía tenía el dolor en la pierna, así que la encontré en su lecho.

“Mira tu, las guerreras también descansan.”

Regresando a la barraca, era una lluvia propiamente constituida, que cayendo sobre las láminas de zinc, resonaba con un profundo acorde, arrancando una dulce melodía que se difundía en el día. Me senté en la puerta del rancho, eran meses que no llovía, agua no había, los barriles estaban secos, teníamos que irla a buscar a las cisternas, y acarearlas hasta nuestras viviendas, era justo que un día viniese ella a nosotros. Por eso las lluvias de abril, trae agua a la tierra que brama seca, reseca y resquebrajada, partida bajos los intensos rayos del sol tropical. Los chamos salen de casa en short o desnudos, a danzar debajo la lluvia por la bendición recibida. Las mujeres salen detrás del rancho, a llenar los barriles, tobos, frascos, baldes todo lo que puede almacenar al máximo el indispensable precioso líquido, la mana del cielo, bendición del divino, pero lejos se advierte una tormenta.

Con prisa, rápidamente se lava la ropa, se extienden las sabanas, se exprimen medias y franelas, no hay un atimo de instante que perder, una gota para malgastar, con mucho afán se mueve la vecina, veloz lava Leticia, exprime los paños también Irma y todas mis vecinas. Un perro huesudo se alza flojamente, para buscar algo seco, ajeno a la dicha humana.

Los pajaritos vuelan posándose en un árbol, a su refugio bajo las hojas, pronosticando mayor intensidad cuando la tempestad esta ya en el horizonte.

Los cables de la corriente eléctrica que pasan en alto, entre torre y torre explotan, en blanco cintillar, los zapatos, los papagayos, las atarrayas, guindados se mecen desafiando la gravedad.

El agua bendita que calma la sed al humano, al perro, al gato y alguna rata, embellece a los árboles, enverdece el monte, en su abundancia se reúne para acumular fuerzas, que hace temer a los viejos, alarma a las ancianas que han asistido con Matusalén al diluvio universal.

Los niños se acuestan en la tierra bañada para frenar el paso del agua, otros obstruyen con la mano el canal, que emite chorros salpicando aquí y allá.

Las mujeres miran al cielo, ya preocupadas por que no se ve el final de aquella ducha divina, se van angustiadas y prenden una vela a San Alejo; pidiendo un milagro que se lleve el desastre bien lejos, cruzan dos cuchillos sobre la silla en el patio, tratando de alejar la tormenta, el eminente evento que conforma el designo, lo inevitable que se refleja en la faz de Chascaría de Tomas y de Elvira.

¡Es la lluvia de abril!

Mágico sentir que cae sobre el techo di zinc, entonando formas desconocidas de canto lírico, composiciones de notas musicales a carácter cosmogónico, una dulce melodía que invita al hipnótico, simplemente girarse para regresar a dormir.

Pero el agua que se acumula en las quebradas, y corroe la tierra, invade callejones, las escalinatas y cada pendencia se vuelve su tributario, contribuyentes de ella, que se encuentran en un mismo punto, afluentes de torrentes, allá mandan el precioso líquido en frenética compañía.

El agua limpia se mezcla con la tierra, se forma fango, se forma barro, formándose con la misma tierra, la misma naturaleza que lavando el terreno, las aguas malsanas estancadas en las quebradas, que era llena de latas, colchones, bolsas de basuras, miles de corotos, centenas de botellas con mensajes imprecisos al naufragio escriben. Las aguas estancadas frenadas por tanto coroto, derroca hacia la avenida, donde reversan aquella infinita de objetos inservibles para la entera humanidad.

El torrente es incontrolable, se desborda por todos los margen, abajo donde desvía el trafico automotor, los carros son arrollados, el chofer al no poder frenar el vehículo, se lanza a nadar, ahora es el agua que lo quiere llevar y a todos los humanos desafía, se sabe que ella busca a cada precio su nivel.

Desde lo alto, se ve como una lavadora lucha por mantenerse a flote, una silla rota hace una carrera junto a la mesa en medio del cauce incontenible, entre botellas y latas una rata se agarra a un barril, desesperada por la situación y no habituado a estas mudanzas de violencia inaudita, que le arranca una lamina a un rancho (barraca) que derrumba paredes, dejando a sus habitantes desguarnecidos a la vista del publico desastre.

Las ratas sorprendidas en sus subterráneos, escapan atemorizados de tanta bestialidad, buscan las alturas, pero es agua que baja desproporcionadamente de arriba para abajo, que tumba todo, en todas las direcciones, piden refugio a los humanos, pero entre gritos y palazos niegan la solidaridad a las nobles ratas, obligándolas a lanzarse en la crecida de agua brava.

Después, más tarde entendida la situación, hombres, mujeres, y niños quién con una pala, quién con un pico o chícora, tratan de desviar esa naturaleza fuera de cauce, venida del cielo en proporciones Diluviana. Ahora se vacía una olla, después un balde, de todas manera se anega todo el rancho, el callejón mi Delirio, las escalinatas mi Desdicha, el pavimento y todo el vecindario es colada de fango.

Con la escoba, Matilde, Beatriz, y la China tratan de desviar el curso de agua, desde la puerta de casa miran al cielo, pidiendo a ti Señor con voz Pía en este sufrido día de non tumbarme el rancho de la vida mía...

Los dos cuchillos aún persisten cruzados encima de la silla, para conjurar el aguacero, los mira de reojo Lisia la Adivina, pero todos los rezos hechos para tener un poco de agua, cuando la tierra seca bramaba por una gota de agua, llevan la mejor y la iniciativa.

El torrente se vuelve un rió, y las calles agua desbordada de cauce enfurecido, las pequeñas grietas se vuelven barrancos, y como todos los años se derrumban los cerros, se caen los ranchos es un aluvión que mueve un balde, arrastra un barril, derrumba casa y barrios enteros, que sumerge la city en un amaso de agua y fango. Las casas de allá abajo están sepultadas, las casas de aquí arriba están en peligro de derrumbe. Todo el barrio es un caos, casi por desaparecer, con saltos mortales se salva un hombre, cuando somos pequeños delante la naturaleza.

Una grieta abierta en la calle, mete en peligro una casa, después la lluvia corre al mutuo socorro y abre mas grietas que se vuelven barrancos, devoran al rancho, la quinta Lila, el ambulatorio y cuantas cosas el hombre se le ocurrió construir en el cauce del natural rio, un muro se desvanece como licuado. Toda la estructura se recuesta de lado, la mujer se lleva las manos a la cabeza, después mira al cielo y le exclama;

-¿Tú gran Divino también estas en contra? Bien bonito pues.

El árbol pone una tenaz resistencia en la inmovilidad de su tronco, el agua es persistente lo mueve, lo erradica, descubriendo cada una de sus raíces que penetran en la tierra aquellas mas profundas, arrancándolo de cuajo. No hay lugar en que el agua no entra, lamina que no arrastra la corriente, rancho que no sea inundado, una familia entera reseñada con los brazos cruzados bajo lluvia torrencial, con el agua hasta la cintura, mira a su alrededor su casa verde oliva derrumbada sobre si misma.
Un niño llora para no hacerse el baño, pero esta vez es una imposición de la naturaleza, lo impone al viejo, a la anciana, a la mujer, al niño a todo el vecindario, los otros niños juegan todavía sin saber de la magna catástrofe que los rodea, gira, gira todo el agua que esta en el mundo, derrumbándose el entero fabricado, lluvia persistente que arrastra consigo los colores, la pintura diluida se cuela por el callejón y las escalinatas estirando sus colores, dibujando un rio multicolor.

El agua busca su salida, busca su nivel, grita el viejo Eusebio, pero ya es dueña de la situación, de la circunstancias, y se lleva consigo casas, bloques y esperanzas, dejando desilusiones, el amargo de su paso es un fragor que allana el espacio.

Abajo en la avenida, el rió se desborda convirtiéndose en un lago, es tanta el agua que inunda quintas, jardines, cantinas y también los dos caminos, que se convierte en pantano, sumergiendo, autopistas, puentes, hospitales, y todos los caminos.

La seca quebrada se convirtió en una estrepitosa cascada, que ya no es capaz de contener el líquido, así que los tributarios se la deben gestionar como pueden, así que desvían el excedente hacia los vivientes.

La arena se la llevo, los carros estacionados en la calle son arrastrados, por una extraña inercia de estas impetuosas aguas, que los lanza a velocidad inaudita contra una casa, el motor en la sala, la maleta en la acera.

Sin dudas es tiempo de lluvia y ninguno se mueve sin grandes fatigas, todo se mete en discusión especialmente las obras del hombre.

Bajo a mi altar, a fumarme una cachimba espiritual un rezo infinito, a fin que los espíritus protejan a cada viviente por haber desafiado a la naturaleza.

¿Porque nada quiere dejar en pie esta incesante lluvia de Abril?

Después de muchas horas de danzar bajo la lluvia los niños entra temblando en la casa, con la piel erizada, llenas de arrugas como viejitos prematuros, entre los cabellos bañados se cuela el agua, ellos son extraños a este diluvio, no tienen memoria de aguacero así largo y extravagante.

En su inocencia comentan los derrumbes, y señalan hacia las luces brillantes de colores excitantes de ruidosas señales acústicas que se ven en la distancia, mientras los mayores augurando que los auxilios llegue aquí cerca, salvan a alguno que se cayó en un pozo por querer tomar el desvió. La lluvia torrencial reduce la vista, así también la city desaparece de la mirada, come una ilusión de tiempos antiguos.

Así quedamos aislados todo el vecindario, porque el tiempo es agua, el espacio es agua, la velocidad de los socorros es la velocidad del agua.
Debajo la lluvia torrencial me encontré prestando ayuda inmerso en el fango, con el agua a la cintura, trasportando mujeres, ancianas y niñitas.

Nada quedaba seco, las grietas abrían las paredes, se caía el frisado, las rejas cedían al atropello de las aguas, así que en ese peculiar momento el perro aprendía a nadar y el gato a volar.

Los potes de leche en polvo Klim, Nido, anegados de agua colaban la tierra, y la flor cándida encendía sus vivos colores, los muros cansados de combatir contra el elemento subversivo, cedían uno a uno sus colores de tantas veces que eran estados pintados, regresando a la luz símbolos de viejas campañas electorales todas esas promesas nunca mantenidas, cada pintada atrás en el tiempo, como paginas de libro encantado, nos relataba todo desde cuando el hombre abusivo había puesto los pies en esta tierra baldía.

La noche llego sin nunca verse el día, y la lluvia perseveraba en su dominio esta vez parecía para siempre, arreciaba sin frenos, los obreros que a las primeras horas de la mañana salieron de su casa con las primeras aguas, les pareció gracia divina, ahora saben que no fue luz divina, no hay casa, ni tierra donde ellos habían dejado a su mujer adivina.

La noche angustiosa entre gritos, y llantos de niñitos, de cuentos de espanto por la ausencia de la luz, la electricidad cortada por los ventarrones entonces se enciende la vela, en la oscuridad dejados nos hace de guía en mitad de la tempestad que la oscuridad rompía, con rayos y truenos en aquella noche de fantasmas, temores y de mágicos adivinos, en que el pueblo resignados querían solo una promesa que aquel diluvio, no fuere obra del divino.

El hombre temerario va caminando en medio de la calle para alcanzar el otro lado, con el agua que empuja sus pies hacia abajo, acumula tierra, fango, trapos y una piedra que lo hace saltar en el aire y en el intenso dolor le arranca un alarido maléfico contra toda la natura.

La gente se reúne en un refugio improvisado en la bodeguita del portugués, pidiendo un café con leche, sintiéndose responder;
-Negativo señol se corto la luz.

La señora a su lado degusta el ultimo sorbo de la caliente bebida.
Los escolares regresan de clase divertidos de tanta naturaleza, se auto anhelan un futuro inmediato de catástrofe mayor, que le cierran la escuela por un entero siglo.

En la esquina que da a la calle los Dos Cerritos un hombre se come su arepa, convencido que su casa se fue del sitio donde la dejo, mirando en la lejanía un regreso imposible.

Alguno todavía iluso se aprieta el periódico con ambas mano en la cabeza, aun si es bañado de la cabeza a los pies, se cuela la tinta desde el papel mojado con breve noticias del trágico desastre con todas las debidas advertencias muchas veces anunciadas.

La hierba y las plantas gozan del dichoso fenómeno y despuntan de la tierra con redado verdor.

Mientras tanto en la larga noche en que todas estas imágenes de la larga invasión de agua, fango y tierra en que entre los damnificados se extiende la fraternidad, se escapa en alto del cerro, halla arriba donde el agua no hace perder el equilibrio, y ser arrastrados al valle a predicar su homilía.

Cada extraño rumor lo traducen en un nefasto dolor, un vaticinio, quien encontró refugio en las casas que resistieron por ser sembradas en roca dura, les trae la angustia que les ha llegado también a ellos la hora, para ser trajinados al valle por voluntad de esta alocada naturaleza.

Este pueblo que de trabajos y fatigas pasa continuamente a ti Sacrosanto Señor, te pide solo un rayo de esperanza mañana a primera hora de la mañana, orando después que las duras tareas las enfrenta solo, con noble empuje de ti luz divina.

Las casas iluminadas con vela caen por intervalos en tinieblas, por culpa del viento que las apaga con continuas ráfagas, llevándose consigo, laminas y vestidos, con paciencia sabia Laura la Iluminada prende la vela, en su faz se refleja una profecía con seriedad adivina. Después en la lejanía a la ciudad regresa la luz y se enciende también aquí arriba todas las esperanzas que duermen en el olvido.

Del cielo todavía cae una perseverante, libera lluvia para hacer concluir un su comanda mentó, no desafiar la naturaleza soberana, que después regresa a recoger su celeste domino. La tierra bañada hasta los cimientos es la prueba mas dura, ahora nos hundimos en el fango, que cede bajo nuestros pies al fango argilloso. El alba llega desvelando a los ojos incrédulos la visión nefasta, de la catástrofe aportada apocalíptica, las casas arrancadas de las bases y convertidas en curso de agua. Escalinatas canceladas debajo una marea de fango, rocas gigantes gobiernan las calles, a lados permanecen muebles descoloridos y laminas oxidadas.

Así a esa hora de la mañana llega a nosotros Jonás el Evangelista, con grandes amaso de fango pegados a los pies, que su excesivo peso le dificulta la avanzada a la tierra prometida.

Lo saludamos con fuertes aplausos, son las 7 de la mañana y es el primero que regresa después del desastre.

¡Agarra Jonás la botella caray! De mi mano y date un guamazo de ron y llévatela toda la botella contigo.

Después nos saluda, abajo de la lluvia incesante con su ¡ALELUYA! Porque su fe la lleva en su corazón que es una oración viva, nos dice con voz emocionada;
-Me voy al rancho de la ¡vida mía!

La lluvia cae incesante, sin pausa, como único aviso de obstinado prevaler de quien osó delante a la rebelde naturaleza oponerse a su designo. Hombres con palas y picos con el dorso desnudo y el esfuerzo sobrehumano, tardan en restituir un dominio proclamado de orden humano. Quien resbala, quien cae en una trampa de fango esparcida en el camino, así se promueve socorro con el último aliento de fraterna justicia. Naturaleza indómita te vengas del pobre, pero tenaz se opone a ti el hombre y la mujer que en la pérdida de todas sus pertenencias, hacen un último y sobrenatural esfuerzo reiniciando a excavar.

Viene de abajo y se hace gigante delante el fracaso, su dignidad crece en la lucha que le opone el destino, solo la esperanza le ilumina el camino haciéndole de guía.

Los niños regresan a jugar debajo la lluvia, juntan fango, hacen figuras humanas que las gotas de lluvia disuelven a vista de ojo, como es inútil la obra del hombre, predice el predicador y manifiesta el evento.

Las guacamayas, los loros y otros pájaros, vuelan sobre de nosotros con su extraño cantar, pueden irse lejos, pero no lo hacen, se quedan aquí en el valle a hacernos compañía.

Los barriles que desde el techo recogen agua de lluvia, la única que quedo limpia donde el hombre fatigado lava su piel de la tierra endurecida.

El agua de lluvia, ahora hierve en el perol de leche, convirtiéndose en perfumado café, que el humano se saborea parando el trabajo recostándose de la pala, el único instrumento para frenar ese desastre, sintiendo como el líquido caliente deja un bienestar dentro del cuerpo, así espanta el hambre, y otras necesidades de humano vivir.
La pala pesa más del normal, el fango no se despeja inmerso en el líquido acuoso, pero el hombre insiste para retomar su antigua autoridad y no desfallecer por la adversidad. En la mañana se observa desde el alto del cerro, el valle, el rió desbordado que ha inundado avenidas, urbanizaciones y todos los caminos, como una enorme culebra marrón invade parques, jardines, palacios y condóminos.

No hay espacio que el agua no invade, pero el hombre sabe que en el tiempo el agua no perdura, las nubes incesante mañana estarán vacías de su multifacético elemento.

Augurios, nefastos como de adivinos anuncia un eminente desastre de diluvio universal; es el borrachito No e’, denunciando al mundo la venganza divina por pecaminosa conducta de humano respiro.

Recorre en forma oral, parábolas de sabiduría celestial, que recuerda a los pasantes sucesos ya olvidados, en que el pueblo es culpable de su humano desvió, con extraños gestos nombra un tribunal que en el cielo anida, una sentencia suprema que al pueblo destina, donde la lluvia se convierte en una forma de castigo que guía cada singular destino, preanunciando el fin de la Apocalipsis; de truenos y relámpagos, de agua y fango, de lluvia y granizo.

Así el natural elemento se vuelve ira del cielo, donde humaniza el sentir de la catástrofe que a todos envuelve, para hacerse venganza y golpear al humano en cada desviación, siendo el borrachito; No e’, artífice anunciador de un desastre jamás visto por ojo de humano alguno, hasta que se pueda enderezar todas las desviaciones que atraen las fatalidades.

Lo escucha con atención el niño, la mujer no, entretenida compra el alimento, habituada está, que desde su boca siempre han salida maldiciones, sandeces, necedades, sortilegios, maleficencias de forma inclemente y esa atroz pestilencia, que esparce en todo el vecindario, por causa de la enorme hediondez de su infinita embriaguez. Evitando el incomodo obstáculo, llama al niño a su mano abierta, para desafiar a la tempestad y llevar el esencial alimento rápidamente.

El niño sorprendido por el extraño personaje, lo cree verdadero y da certeza a cada una de sus palabras, que lo hace crecer en sus blasfemias escuchando su predecir, imagina aquel fantástico ser que es la verdad, es él, el artífice de aquel espectacular fenómeno, que él tiene conocimientos a todos los demás desconocidos, abrió las fuentes del cielo y así en posesión de ritos mágicos de formulas secretas, tiene el poder para crear las descargas de rayos y truenos que por causa de sus explosiones, le han ensuciado su traje y ennegrecieron su barba, piel y traje. En su cara se denota, una expresión de tierno temor por estar delante la magnificencia que controla los cielos, corre debajo el refugio materno, el niño que resbala en el pavimento por el impulso imprevisto del bañado cemento.
Después mirando al borrachito No e’, con gran curiosidad, pregunta, como un filosofo antiguo delante la ciencia del bien y del mal.

-¿Quien es mamá?

Esperando con mirada fija la confirmación de aquel mágico ser.
Pero la mujer, habiendo vivido en una cruel realidad, faltándole la fantasía en todos sus géneros, delante a aquel absurdo personaje que grita, que el hace milagros y posee los prodigios típico de los profetas, responde al niño con radical afirmación;
-¡Ese! lo que es, es solo un loco de carretera, mijito, que espero que la lluvia se lo lleve bien lejos, a un lugar seco de sobria existencia.

Voltea hacia atrás llevado de la mano materna, debajo el torrencial aguacero, el niño desilusionado del mágico ser, el único que habla de mundos fantásticos, acciones mágicas que a todos los adultos le son desconocidas, así lo ve desde lejos bañado completamente, agitando su botella de aguardiente, y declamando promesa venidas del más allá, el negro hollín que se le cuela por la piel, como licuándolo se disuelve en la distancia igual que a una figura de arcilla, mezclándose a los otros materiales que arrastra el torrente, a la pintura que se lleva de las paredes, las historias que cuelan continuamente desde los muros como el desojar de un libro abierto, a la arena, a la tierra que el agua reúne en único caudal desenfrenado. La lluvia incesante ella encuentra refugio en una puerta abierta, desde el zaguán emana una voz amiga.

-¡Entra comadre! Que esto es un aguacero de portada épocal.
-No puedo, ahora mí estimada amiga, llevo el alimento a mis pequeños.

Entra en la calle con firme decisión, con fuerza y firmeza, pero le llega una onda de agua que le expulsa una rueda del público servicio. Pero continua la mujer su humano desafió, contra todos los elementos que al humano desafía, ¡sí! porque tiene que acudir a su prole, va así contra el designo y cada litigio que encuentra en el camino, pisando con firmeza la tierra bañada que hunde a sus pies en el fango, que le envuelve los pies como dulce de pana. El niño descalzo ve al fango entre sus dedos, sonríe escapando de la mano protectriz.

-Ojo mijito, ¡alerta con lo que haces! (Como ultimo consejo al chamo salvaje).

Todavía en mente el niño tiene el cuento del borrachito Non e’, contándole a sus amiguitos, el extraño personaje que esta en la vía publica y tiene en mano la llave que abre los chorros de agua que cae desde los cielos.

Atónitos escuchan su mágico cuento, entendiendo el porque del torrencial aguacero, alguno desnudo corre apartándose del grupo y se lanza panza en tierra para quedar cubierto en el pozo de agua hasta la nariz.

En el seco refugio, el agua tibia se junta a la harina de maíz, para hacer una masa se le añade un poco de sal para hacer una arepa y comerla con margarina, salen humeantes del horno de María, para donarlas a las familias, a quién excava desde temprana mañana, apurándose para encanalar el subversivo elemento.

Todavía derrumbes, erosión, todavía agua, que cae del cielo, todavía paredes que ceden, todavía ranchos con sus laminas que se desmoronan sobre de ellas mismas, apoyándose a su lado como elefantes durmientes, que el hombre insiste en alzar de nuevo no aceptando al natural designo de terminar sin techo en medio de la tempestad.

El afluente conducido por una canal construido al improviso, llevan el agua a la obstruida quebrada de montaña, cuando se siente un ruido ensordecedor causada del agua que rompe la diga artificial, hecha con desechos de vida humana de una inmane inconsciencia, la presión que ahora rompe la diga que se lleva todo hasta la próxima estación lluviosa en que reprenderá los trabajos para liberar su cauce.

La basura que en el medio de la quebrada frenaba el incontenible elemento, ahora presiona empujando todo aquellos objetos de humano rechazo, inservibles a la entera humanidad que navegan formando una masa de tierra, aguas negra que se lleva todo y va creciendo en furia, arrastra casas al borde del barranco, arrastra latonería, y a su paso cada cosa que encuentra en el curso de su natural cauce que desde que se tiene memoria es su normal desembocadura.
Y pareciera decir;
Quítense hombres sino me los llevo vía, (se presiente por causa del ruido hecho por el sordo estrépito) o los sepultos vivos, parece decir la furia del agua que desencadena con inusual violencia, que el incauto pierde la vida, contraria a cada cosa que encuentra en su camino que es su dominio, corriente que quiere llegar a su ramal principal, que ahora gobierna la vida, y que sumerge la autopista, casas, quintas y todos los edificios gobernativos.

La gente que escampó la tragedia anunciada con fatiga llega a la cima, como naufrago de sus vidas, que aun es en vivo todo su amargo designo, girándose a ver como su rancho, y toda su vida la arrastra la lluvia por la vía, yendo a parar abajo en el valle para edificar un amaso impreciso de tragedia sin fin, algunos a intervalos se recuerda de la Sabia Inés que cada día decía; limpiemos la quebrada ahora que esta seca, antes que se llene y nos niega la existencia, algún día.

Ahora que se creen haberla escampada, que por pocos milímetros han salvado la vida se consuelan, preguntándose ¿Porque tantas desgracias se amalgama en una sola vida?

Escure el agua, Escuren las lagrimas, escure la rabia en el rostro de Livia, escuren las lagrimas también en los ojos de Yarima, sus gotas de dulce liquido hacen colmar la quebrada desbordada, como una dulce contribución al inmenso líquido que desborda el arroyo, que rebosa el riachuelo y sale de la orilla del rio.
La crecida de las aguas han invadido el hospital, así los enfermos a nado se dan de alta como galenos prudentes ante el magno evento, unos salen a nado y otros flotando en sus camas cubiertas de blancas sabanas.

No perdona a nadie, ni nada, es como una bárbara invasión que no ahorra ningún dolor.

La gente allá abajo donde el río invadió la avenida, y todas las vías, calles y caminos, corren asustados hacia la plaza mayor de Petare, y encuentran como buen auspicio la iglesia con las puertas esparrancadas de par en par, aquel santo refugio comúnmente olvidado por el ajetreo de lo cotidiano y cuando las pujanzas de la vanidad humana de todas esas costumbre vanas que lo convirtió en lugar de olvido, ahora que las previsiones humanas han fallado, mira allí al pueblo reunido en oración, como inocentes niños arrodillados delante de las estatuas en ferviente plegaria al santo de su predilección, con las manos cruzadas frente al altar, pidiendo con extrema devoción clemencia y perdón por cada pecado hecho o debido, tomando a un santo de abogado, santo de su probada lealtad, a la virgen María pidiéndole la gracia a gritos, suplicando de terminar con las hostilidades celestiales, contra nuestro humilde colectivo.

Los mas necesitados por pecaminoso andar, encienden una blanca vela, pidiendo angustiados en baja voz sabiéndose culpable por el castigo divino, piden el propio perdón por todas las trasgresiones pasadas, haciendo votos de recto vivir.

Pero la lluvia, incesante aguza el castigo y lo dice categóricamente un enorme rumor que arrastra el barrio entero hacia la quebrada, Que las personas la elevan a ser antropomórfico, que dice; de esta manera aprenderán a no cerrarme el paso con tanto cachivache, ahora me llevo todas sus cosas para dejarlos en ruinas desolada, desprovistos de techo y aun del sustento.

La destructora cañada de imponente portada, hace recordar a todos el cuento bíblico, en que el agua cayó por 40 días y 40 noches sin pararse, arrebatada por la angustia y la desesperación explota en llanto Sor María, Sor adolorada, Sor Angustia y Sor Esperanza.

En estos momentos todas las vías están inundadas, y son solo caminos de socorros, los bomberos hace lo imposible, también el ejercito llega en ayuda una vez sin fusiles, pero armados con pala y picos, en ayuda del pueblo llegan, los cuales sorprendidos los mira con desconfianza, como parte de un gobierno hostil.
El anciano, Gregorio el Alzado, muy cansado, cae exhausto y mira sentado desde arriba del cerro, maravillado al ejercito que llega sin fusiles, le asoma una lagrima que se le escapa de la vista, después reza a DIOS porque es justo el divino: “Gracias DIOS mío, por no hacerme morir y así ver un único DIOS, y una vez mi pueblo unido, aunque sea en medio de tanta ruina, al ejercito en ayuda del pueblo.”

Se trabaja en todas partes con noble intención, se trata de ayudar quien se puede a la anciana Josefina que del rio trajina, a bajar a los niños del tejado, al gato de la letrina, cuando el diván flota en el torrente Tirano.

Vuela en el cielo un helicóptero, un rico constructor ve en el desastre pingues ganancias, si porque es ganancia de licitación, se hace la cuenta de cuantos negocios se harán mañana, el que lo ve desde abajo, sabe que nos es ayuda que del cielo llega, siempre esta el que prospera porque gana con la desgracia ajena.

Todavía nubes se amontonan en la distancia y encima de las montañas, rayos y truenos la hacen de patrona, la gente grita y excava abajo haciendo canalones, pero el agua de lluvia empieza a caer de nuevo en forma de chaparrón, un aguacero con furia descarga en la espalda del hombre agua y granizo, el hombre sorprendido del derrumbe que se acerca, salta del borde al barranco, teme por su vida al ver en vuelo lo alto del precipicio.

Oyendo la radio que anuncia desastres sin tregua dando cifra del inmenso desastre, donde cada habitante del valle lleva consigo la deuda del gasto, que las aguas dejan a su paso.

Alguno se recuerda todas las protestas por el agua, que faltaba durante la prolongada época de sequía, las súplica alzadas con clamor al divino, por el líquido deseado, que aquel chorro seco se obstinaba a no dispensar, la piel seca con el sudor pegado, los platos en la cocina dentro del tonel, acumulados entre una nube de moscas y zancudos clamaban por agua y jabón. La sed calmada con bebidas gaseosas, las largas colas en fila india entre baldes de vistosos colores, para buscar agua precaria y no siempre segura. La tierra partida, tostada, seca y agrietada, por los inclementes rayos del sol, que como Lázaro en purgatorio pedía una gota de agua en aquel inclemente calor, que los niños inocentes mojaban haciéndose pipí, rellenando aquella pequeñas grietas que hoy se trasforman en precipicios. Los perros con un pedazo de cuerda alrededor del cuello, flacos y llenos de garrapatas, buscaban desesperados una gota del líquido, un poco de sombra para escapar de aquel martirio de rayos solares. El viento seco y caliente, que al pasar levantaba el polvo, para fastidiar a los pasantes y vecinos, antes de ir a ensuciar las sabanas extendidas en las cuerdas de Lucia, la que se enfuriaba porque acabadas de lavar, con lo que le costó acarrear el preciado líquido. Ahora que la quebrada de agua es abundante para calmar la sed, a los amigos y enemigos, lavar los platos, barrer con la hediondez del pipí seco, las cacas de los perros blanqueadas por los rayos solares, las aguas negras llenas de larvas y gusanos, que poblaban las quebradas, almacenadas dentro de tarros, latas y botellas.

¿Que cosas tiene este pueblo, que pide cuando le falta, y se desespera cuando nada en la abundancia?

La lluvia se hace mas densa y fuerte, se lavan las palas y los picos, lo humano esta ya hecho, esperemos que aguante para el mañana.

Las gotas que les caen de los cabellos, las facciones son reflejo de cansancio, se ve un hombre probado al extremo de la fatiga, que ve a su humilde familia hundida en la desidia que proyecta el caos urbano.

Después desde debajo del improvisado techo alarga la mirada al cielo, pero sabe que no hay salvación, que su casa es como estar en el monte Olimpo, envuelto en las nubes, envuelta en el fango y llena de inmundicia. La noche no cambia la situación, solo el color de las nubes un cielo sin estrellas y sin luna, como si nosotros estuviéramos suspendidos en el espacio sideral dentro una nave espacial escapando al fin del mundo.

Por eso toda la noche fue lluvia incesante, sonando una dulce melodía sobre las láminas del rancho de Mileidi.

No hay tiempo para perder, al amanecer llaman a todos los hombres en armas, por eso pico y pala pasan de manos, en manos la tierra partida se rebela de nuevo y expulsa desde su interno un continuo torrente de fango-liquido unido en complot contra el humano, cada hueco excavado se llena de agua, que se trasforma en fango, que hunde al excavador y ensucia al pasante. A dorso nudo no cesa de excavar, pero a cada palada y picotada salpicada de fango, que después se cuela por su piel con el agua de lluvia, se trasforma en un esfuerzo inútil delante el avanzar continuo del rebelde elemento.

La radio apagada en silencio morboso, ¿Para que sentir la tragedia de otros? Cuando podemos arrastrar la propia homilía, la que el destino confiere a Sofía, a Josefina y a todos sus vecinos.

Después al improviso, se siente un calor sobre la piel, al mismo tiempo que las gotas disminuyen de cantidad, todos posan las herramientas sobre la tierra y dirigen las miradas hacia el alto, el sol resplandeciente se asoma de entre las nubes y calienta la atmósfera. Se abre un paréntesis entre las nubes, es el Catire (sol) que aparece en la cima del cielo alumbrando el valle, en forma de arco iris multicolor, todos lo miran, fijamente como cuando reaparece un estimado amigo que se había enojado con nosotros, y regresa a hacer la paz.

El pájaro sacude el pico, y hace un primer canto que después es seguido por los otros volátiles, como un conjunto musical, dando una serenata al pueblo olvidado debajo de cada inclemencia. Pico y chícora empieza de nuevo a romper la tierra con nuevo vigor, rompe el agua, y arrastra la tierra creando un pozo parte de un canal profundo. El sol crece en la inmensidad del cielo, así hace más grande la esperanza, las nubes ahora vacías, descargadas, corren entre las montañas, entre los árboles, en el ondulado del terreno, de pronto aparece el profundo azul del cielo entre nubes y montañas. Desde la tierra entonces sale una extraña calentura, llena de humedad, es el sol tropical que seca todo inmediatamente, la tierra, la ropa, al hombre y todas sus pertenencias.

Desde lo alto se anuncia;
Venganza consumada la nubes se reúnen en el alto de la montaña y nos saludan con sarcasmos; ¡adiós hasta la próxima estación de lluvia!

Una rata aturdida, es atacada por los perros, se zambulle de nuevo en el canal allanado de aguas tumultuosas.

Ninguno es capaz de hacerse una conciencia de la totalidad del desastre.

La Doñita Amelia empuja hacia arriba con un palo, la lamina de zinc abombada de agua, el agua que cae hace girar la cabeza a las gentes, que teme un nuevo aguacero, aun no se confían del radiante sol.

-¡Mira muchacho tráeme ese palo!

Así fija la lamina de zinc que cedió bajo el peso de las aguas, es la primera señal de la reconstrucción que tendrá que advenir, como la paloma que regreso al arca del profeta Noel con una ramita de oliva en el pico, volviéndose símbolo de paz por todos los siglos, en este preciso momento inicia de nuevo el desafió para plantar el mañana, que hoy, no es negado por este mal destino.

Todo las cosas, cada coroto es agrupado y llevado a secar, roba, colchones, mesas, se lava dentro de lo que quedo en pie, más agua aun para sacar el fango, el sucio, la tierra acumulada como infausto designo.

Ve el hombre los derrumbes y la tierra que el agua disolvió, el sol la seca y la consolida de nuevo. Los hombres llegan poco a poco, ninguno llama pero se auto convocan, se congregan y se reúnen todos los hombres con un fin común, alzar de nuevo el suburbio que se desplomó bajo el caprichoso invierno. Las mujeres lavan todo en un esfuerzo incesante para meter orden y limpieza a la desordenada naturaleza.

Luisa la Patriota que afuera de su barraca, ha llevado todas sus pertenencias, en un amaso de trapos rotos y enfangados en el peor de los desastres, encuentra una bandera, que la hace reflexionar y toma la bandera entre los harapos enfangados del desastre nacional, este deshilachado tricolor a bandas horizontales se dice así misma:

Rojo por la sangre de los patriotas.

Azul por el cielo y el mar de los Caribes.

Amarillo por las inmensas fortunas minerales que tiene la nación, pero que goza solo algunos.

No le gusta al guerrillero Andrés que exclama; Mejor el amarillo por el sol que nos da sus rayos a todos como en un socialismo real,

¡Abajo el gobierno carajo!
Cuando a su alrededor todo es destrucción.

Toma Luisa la bandera llena de barro y lodo, la enjagua en un barril de agua de lluvia y busca desesperadamente donde izarla, mirando a su alrededor es todo derrumbe y queda solo desolación, todas las cosas esta derribado a tierra, entonces me mira a mí, que estoy en la azotea ajustando las laminas de zinc, y me grita, a viva voz.

-¡Entonces Catire enarbólala tú! en la platabanda de tú rancho (barraca), que quedo en pie, porque la edificaste en la dura roca, allá arriba en la parte mas alta de estas escalinatas que llevan al cielo.

Me la trae amarada a un palo de escoba, después se asoma desde mi techo y grita;

¡SI LA NATURALEZA SE OPONE HAREMOS QUE NOS ¡OBEDEZCA!

¡VIVA EL BRAVO PUEBLO!

Sorprendido le dije; Mira Marisela esta tipa como que se arrebata.

-Cállate mijo que es una frase de Bolívar (no el de los billetes).

En ese momento del profundo de nuestro emocional con una intensa conmoción de mi colectivo, mi pueblo duramente probando, por cada calamidad que nos depara el destino, se expandió en el ambiente de mi barrio una fraternidad de hermano cristiano, junto a la radio iniciamos a cantar el himno nacional de una patria; que puntualmente nos ha da la espalda todas las mañanas, con intensa agitación que hoy alcanzo su delirio en este vecindario, donde llegue a sentir que mi destino es la lucha de hoy, que será el triunfo del mañana.

Después se acerco Jonás con la Biblia en mano, leyó la palabra de DIOS.

“Lo ves yo plante mi tienda en la roca firme por eso quedo en pie.”

También nosotros tenemos que ser la roca, en que se cemente una nueva sociedad, donde todos tendremos lo necesario para nuestro sano vivir, distribuyendo la riqueza con igualdad;

No mentir, no robar, no emborracharse, no holgazanear.
Lo ves jeva nuestra casa no cedió, porque esta plantada en la roca y la roca es firmeza, cuando hay firmeza a la mujer no le faltara el marido.

Las comadres constituyentes del comité viudas y victimas del hampa buena y mala no lloran, ¡No!

Las huérfanas de patria y de todas las carencias de las políticas sociales, saben levantarse solas.

Se reúnen para programar el mañana, rodeado de una tropa de niños aun en primeros pasos infantiles, desgastadas por la lucha dentro de las más injustas sociedades que en la tierra se haya constituida y se ven en la cara, que les reflejan solo un turbio destino.
Porque el que no ve, es como el que no sabe, y no saber muchas veces las depara de sentir la angustia delante a tanta marginalidad, de vivir en la periferia donde la exclusión social las mantiene ajenas a todo tipo de desarrollo social.
Y levantaran las laminas de zinc, las apuntalaran con estacas rotas, remendadas, reconstruirán sus viviendas con materiales reciclados, objetos desechados, donde la abundancias de otros las arrojo. Vivirán con maridos ajenos, sufrirán nuevos abandonos, mientras la vejez les cubrirá con arrugas prematuras su piel multicolor brillante de manteca, vivirán resignadas murmurando en sus precarios léxicos frases incoherentes de una vida sin entendimiento.

Luego regresaran las lluvias de Abril y darán renovado vigor a la tierra y florecerán flores silvestres, como homenaje de la naturaleza a tanta desidia.

El fin

…Sustraído del diario de Doña Matilde, del libro; historias de vida común de las escalinatas que llevan al cielo...

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